El retrovisor

El retrovisor

Al hilo de lo que publiqué el otro día sobre la bio de Mariah Carey y el tema de no querer hacer ningún cambio en ella, se me fue un poco el hilo y empecé a hablar de mi visión del pasado, pero preferí borrarlo y dejar ese camino para retomarlo en un nuevo post, como este.

Porque comentaba que no me gustaba aquello que escribí y que hoy en día haría mil cambios. Empezando por el más radical: directamente no lo escribiría. Hoy no siento lo que sentía en aquellos meses que dediqué a esa tarea. Hoy no me gusta la música de Mariah Carey del modo que me gustaba a principios/mediados de los 90. Y no hablo de los últimos discos que ha publicado, que sin duda fueron un bajón importante de calidad, sino de aquellas mismas canciones que, hoy en día, ya no me motivarían a dedicarles tanto tiempo.

Sé que esto que voy a decir puede resultar raro, más leyendo los últimos post en los que he tirado mucho de mi pasado y de ciertas emociones mías, pero la verdad es que no me gusta mucho mirar por el retrovisor en la vida. El otro día me comentaba un amigo twittero que se debía escribir sobre lo que se conocía, y tenía razón, aunque también a veces escribir aquí sobre lo que desconoces, al igual que hablar con amigos de un tema en el que eres profano, puede hacerte conocer más sobre lo que sea, sacarte de tus errores y/o reforzarte en tus ideas. El caso es que ese es el motivo por el que para escribir muchos post de este blog miro por mi propio retrovisor, porque si hay algo de lo que puedo hablar sin temor a equivocarme es de mi mismo.

Y si no miro demasiado por ese retrovisor es porque considero que el pasado, pasado está. No se debe mirar demasiado por ese espejito porque entonces no verás todo lo que aún tienes por delante. Y no soy de esas personas a las que les asuste mirar atrás temiendo lo que pueda encontrar. Al igual que en la foto que ilustra este post (por cierto, si: es Marta Fernández en una autofoto que publicó en su twitter y que me encanta), la imagen de mi que devuelve el espejo me gusta, principalmente porque soy yo y no me arrepiento ni me avergüenzo nunca de lo que veo allí (bueno, algunas pintas si, lo confieso). Muchas veces te encuentras en una encrucijada y tienes que elegir entre varios caminos sin saber cual es el correcto. Te guías por tu intuición y confías en los datos que tienes para intentar tomar la mejor decisión. A veces aciertas y a veces no, pero siempre que lo hayas hecho con la mejor de las voluntades nadie, ni tu mismo, podrá reprocharte nada. Si te has equivocado es facil verlo pasado el tiempo. Visto donde te ha llevado un camino es muy sencillo decir (y sobre todo que te digan) que te equivocaste y que debiste tomar la otra opción.  A toro pasado, todo se ve muy fácil.

Por eso nunca me arrepiento de lo que hice, aunque procure mirar poco por el retrovisor. Si en algún momento me he equivocado no me duelen prendas en reconocerlo, pero eso no significa que me arrepienta. De los errores también se aprende. Y eso es lo que procuro siempre: avanzar y aprender, aunque sea a base de tropezones. Por eso no me duele mirar atrás, porque todo lo que veo, mejor o peor, ha servido para llegar donde estoy, para bien y para mal. No está de más echar de vez en cuando un vistazo al retrovisor, pero sin fijar la vista demasiado tiempo en él.

Esa es la gracia de la vida: correr riesgos y probar diferentes caminos. La otra opción es quedarte quieto donde estás. Ahí si que nunca pasará nada, pero que aburrido, ¿no?

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