Just play it cool, boy.
El otro día se me pinchó una rueda del coche. Bueno, más que un pinchazo fue un reventón en toda regla. Al parecer di con el bordillo al aparcar (yo no lo noté, pero supongo que así fue) y cuando salí del trabajo me encontré la llanta en el suelo, completamente vacía. Por suerte hay un taller cerca que estaba abierto así que acerqué el coche y me pusieron la rueda de repuesto. Vale, podía haberla puesto yo directamente, pero tengo un lado muy vago, creo que ya lo sabéis 🙂 Además, la rueda no era solo cambiarla sino que había que pedir una nueva, así que con la excusa de que me la pidieran, pues me la cambiaron. Ellos le meten ese gato hidráulico y levantan el coche en un pispas y cambian las ruedas con esa pistola mágica que quita los tornillos. Yo hubiera tardado mil años, sudando como un pollo, ensuciándome… en definitiva, que soy vago.
A todo esto, me estuvo acompañando una compañera de oficina y además mandé algún twit. Tanto la compañera como alguien por twitter (que me perdone, pero no recuerdo quien fue) me comentaron que se extrañaban que no me enfadase con el tema, que no me alterase. Lo cierto es que las cosas del coche no suelen afectarme, suelo llevarlas con bastante calma. No creo que se gane nada alterándose, pateando la rueda reventada… Y esto es algo que no me viene de mi actual fase Zen, me viene de bien lejos.
Mi primer coche fue un Ford Fiesta como el de la foto, en color celeste. Era allá por el 90 y el coche ya tenía unos 15 años cuando lo compré. Apenas me duró un año antes de comprar mi primer coche nuevo, un Seat Ibiza Rojo. Pero volvemos a este primer coche, que si no me voy por las ramas y os cuento el absurdo motivo que me llevó a comprar el Seat Ibiza 🙂 Novato perdido, con el carnet de conducir sacado hacia unos meses, recuerdo perfectamente el primer golpe serio que tuve con el coche. Fue en la plaza del General Torrijos, una rotonda grande al final del parque de Málaga. Era de noche y yo iba con unos compañeros de trabajo que habíamos salido a tomar algo. No había bebido nada porque todavía le tenía mucho respeto a eso de conducir y, ya que me había tocado, preferí no tomar nada. Pero claro, había alegría en el coche, risas, bromas… y al acercarme a la rotonda me salté el ceda al paso y un coche que venía nos embistió.
Nos dio en la parte trasera y recuerdo que el coche comenzó a dar vueltas y acabamos encima de la mediana completamente mareados. El otro coche no sufrió tanto y acabó detrás del nuestro con el frontal destrozado. Una vez que vi que todos estábamos bien (íbamos 4 en el coche) aparte del lógico mareo por el golpe y las vueltas, salí a ver como estaban los del otro coche. Era un señor mayor, bastante mayor, con su mujer. Vi que la señora estaba fuera del coche, de pie, y deduje que estaba bien. El señor, de cuyo nombre no puedo acordarme, comprobé enseguida que estaba bien porque comenzó a vociferar, insultarme, llamarme niñato, borracho, que van como locos, etc, etc… Yo aguanté el temporal porque no me quedaba otra. La culpa era mía y no había mucho más que hablar. Solo sacar los papeles del seguro, rellenar el parte y llamar a las respectivas gruas porque ningún coche estaba en condiciones de moverse.
Dejé que el hombre se calmase, y en cuanto me dejó hablar le pregunté como estaba, como estaba su mujer y que si íbamos rellenando los seguros y tal. Se fue calmando, rellenamos los papeles y recogimos el chiringuito. Es curioso como recuerdo la cara del hombre, recuerdo las vueltas que dimos, recuerdo los últimos segundos con el coche casi parado en que dio el último golpe mientras se subía a esa mediana con flores. Recuerdo todo esto, pero mi mente se para ahí y no recuerdo más hasta el lunes siguiente que hablé con ese hombre por teléfono. No recuerdo como rellenamos papeles, no recuerdo cual era el coche de este señor y, sobre todo, no recuerdo como acabamos avisando a las gruas. No había móviles, así que no se si Fran o Pili, dos de los amigos que venían conmigo (y de los que hablaré alguna vez como ejemplo de como una amistad profunda se puede convertir en odio hasta desear la muerte de alguien) se acercaron a alguna cabina. O si llegó la policía con sus radios, no lo sé.
Sólo recuerdo que después de un buen rato todos estábamos recogidos. Eso, y que el lunes siguiente estaba tomando un café con unas galletas en casa de ese hombre, que me invitó para disculparse por su comportamiento del viernes, por haberse puesto como se puso. Que me vio tan joven que pensó que era uno de esos niños que conducen sin carnet borrachos y tal. Mil disculpas y episodio cerrado.
Y de nuevo por parte de mis amigos llegaron los mismos comentarios de este miércoles con lo del pinchazo. Que como estaba tan tranquilo, que como no me había puesto nervioso con ese hombre gritando e insultando, que vaya sangre fría… y no se como lo hago, pero en esos casos supongo que pienso que un coche es sólo un coche, que lo que ha pasado ha pasado y que, como decían Los Fraguel, no hay que llorar por la leche derramada.
Y aunque a veces se me olvida, creo que siempre es importante mantener esa actitud en la vida con todo lo imprevisto a lo que te tengas que enfrentar. Los nervios, la histeria, el actuar sin pensar, no lleva a ninguna parte. Hay que mantener la calma. Sólo así la mente funciona correctamente y puedes tomar buenas decisiones y salir de cualquier atolladero. Sólo manteniendo la calma Just play it cool, boy, como cantaban en esta genial escena de West Side Story.
No creo que seas vago por no cambiar la rueda tu, simplemente «eres listo». Yo no hubiera sabido que hacer…bueno yo…es que no tengo coche…