Mi primer trabajo

Mi primer trabajo

Y no hablo en general, hablo en concreto de la primera tarea que tuve que realizar como trabajador asalariado y contratado. Y creo este primer día me marcó. O mas bien eso que ocurrió es representativo, en cierto modo, de la forma que tengo de ver el trabajo. Fue hace tiempo, pero mucho mucho tiempo y sin embargo lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Es más, posiblemente muchas cosas que me sucedieran ayer no las recuerde tan bien como aquella primera tarea que me encomendaron en mi primer trabajo. Fue allá por finales de Mayo del año 89 (ya os avisé que hacía mucho tiempo). Hacía unos meses que un compañero de clase y yo habíamos hecho un examen para entrar a trabajar en una empresa de informática que no conocíamos de nada. Pusieron un anuncio en el periódico y allá que Antonio y yo echamos nuestros pobres curriculums para intentar entrar.

Batallitas de abuelo cebolleta

Llamaron en poco tiempo y, como digo, nos pusieron un examen. Teníamos que hacer 4 cosas en COBOL que se supone que eran tremendamente básicas y sencillas para cualquier programador. Nosotros aún estábamos terminando el último año de FP II y aunque habíamos estudiado mucho de ese lenguaje de programación, lo que nos proponían nos sonó a chino mandarín. Ni idea de como podíamos acceder a unos ficheros, de como cambiar las claves para ordenar, etc… Hicimos lo que se nos ocurrió con la certeza de que no íbamos a entrar a trabajar ahí y salimos con la convicción de que lo que estábamos estudiando no nos serviría para nada en el mundo laboral. Cuando saliéramos de esa burbuja de estudiantes en la que habitábamos, el mundo iba a ser muy distinto y muy duro ahi fuera. Como hubiera dicho Furillo, tendríamos que tener mucho cuidado ahí fuera.

Pasaron las semanas y, efectivamente, no nos llamaron. Nos olvidamos del asunto pero resulta que unos meses después, al llegar a casa (os recuerdo que era el 89, no había móviles) ambos teníamos una llamada de parte de Yoli, la secretaría de aquella empresa, diciéndonos que la llamáramos para concertar una entrevista. Encantados de la vida, nos llamamos para compartir la buena nueva y concertamos la cita, ambos el mismo día. Habló con nosotros un tal Rafael Conde (que recuerdos) y nos puso las cosas muy claras. El examen nuestro fue una porquería y no pensaban llamarnos. De hecho, ya había gente que había empezado a trabajar de los que hicieron el examen. Sin embargo, el trabajo se iba acumulando y, antes de montar otras entrevistas, examenes y toda la parafernalia, decidieron darnos una oportunidad. Además, lo de ser estudiantes y tan jóvenes lo veían como ventaja, como tener un par de diamantes en bruto. Y fue más sincero aún. El examen de Antonio, mi compañero, le había dado mejores sensaciones, pero habían decidido darnos una oportunidad a ambos.

Estuvieron de acuerdo en que, para 3 semanas de clases que nos quedaban para terminar el curso, no ibamos a tirar tres años a la basura, así que comenzamos trabajando sólo por las tardes. Salíamos de clases y con un bocadillo en el cuerpo íbamos a trabajar. Y ese iba a ser el plan, pero antes incluso de incorporarnos, nos hicieron un encarguito.

Nuestro nuevo jefe necesitaba los datos de un cliente en la oficina para poder trabajar con ellos haciendo unas modificaciones en el programa del cliente. Cosas como el correo electrónico, la conexiones remotas y ese tipo de historias eran casi ciencia-ficción en aquellos años. Es cierto que ya había algo, pero muy muy lejano. Por tanto, la única forma de acceder a esos datos era pasar por el cliente y hacer una copia física para llevarla a la oficina. ¿Y como? Pues el método más extendido en mi nueva empresa era el streamer. Si conocéis ese sistema, es que sois de mi quinta, o muy cerca. Es ese mamotreto de cinta que tenéis aquí al lado. Era mucho más moderna que las cintas magnéticas esas de rulo que se veían en las películas (que también manejé un poco), del tamaño aproximado de una cinta de VHS y con mucha más capacidad que los diskettes.

Estaba pensando explicarlos la capacidad de los diskettes, pero también tendría que explicar la de los discos duros, la cantidad de memoria que manejaban aquellos monstruos… Sería hacer una comparativa tremenda y brutal sobre como la informática ha evolucionado y sobre eso hay mucho escrito. Solo diré que cualquier móvil de hoy en día (no smartphones de última generación, móviles cutres) doblan o triplican la capacidad de aquellos trastos que costaban varios cientos de miles de pesetas y solo se los podían permitir ciertas empresas.

Volviendo a la tarea que me encomendaron aquel día, el trabajo era sencillo. El cliente del que mi jefe necesitaba los datos estaba cerca del instituto donde nosotros estudiabamos por la mañana terminando el curso. La cuestión era aprovechar el tiempo de recreo para acercarnos y hacer una copia en un streamer que nos dieron. Sencillo. El sistema era Xenix (una versión de Unix, precursor de Linux) del que nosotros tampoco teníamos ni idea. Todo lo que habíamos aprendido era MS-DOS y CP/M, que era lo que se supone que íbamos a encontrar cuando saliéramos a la calle a trabajar. De nuevo una muestra de lo preparados que saldríamos al terminar los estudios, pero teníamos un papel escrito por nuestro jefe con las instrucciones paso a paso que debíamos seguir. Meter el streamer, seguir las instrucciones y esperar que la luz de la cinta se apagase para volvernos.

Y nos encaminamos felices a hacerlo cuando de repente surgió la duda: ¿Como narices se metía la cinta? Empezamos por reírnos y abrimos la caja en busca de alguna flecha que lo indicase, algún dibujito o algo así. Nada de nada. Como diría el poeta: cero patatero. Y empezó a entrarnos cierta angustia. Os recuerdo que éramos dos chavalitos recién llegados a la mayoría de edad, a los que psicologicamente se nos había «maltratado» el día anterior diciéndonos que empezábamos a trabajar sin mucha esperanza de continuidad y allí estábamos, subiendo aquella interminable cuesta estudiando ese trasto buscando inspiración divina sobre como debíamos introducirla.

Entre bromas, risas y nervios llegó el momento. Entramos con aplomo, nos presentamos y nos dispusimos a hacer nuestro trabajo. Mi «amigo» me cedió el sitio y me dio el streamer para que lo metiera. Entre nuestras cábalas habíamos deducido qué parte debía ir hacia dentro, o eso creíamos, pero no sabíamos que parte iba hacia la derecha y cual hacia la izquierda. Si las primeras deducciones eran correctas, teníamos un 50% de probabilidades de acierto a la primera. A las malas, un segundo intento debía ser suficiente. Con determinación, cogí la cinta la puse en una de las 2 posturas posibles (según nuestros cálculos) y empujé. Algo dura, pero se acopló, unos cuantos chasquidos y listo. Aquello estaba en su sitio y pudimos hacer el resto del trabajo sin problemas. Objetivo conseguido.

Y feliz y contento empecé a escribir aquello que nos habían escrito en el papel, sin tener ni idea de lo que hacía, pero viendo que aquello reaccionaba, que la cinta hacía ruido, que aparecían mil letritas en la pantalla de fosforo verde. Y todo terminó bien y felices y contentos nos marchamos. Por la tarde entregamos la cinta a Rafael, que comprobó que estaba correcta. Y así terminamos correctamente nuestra primera tarea como trabajadores asalariados.

La moraleja

Si por algo me estoy acordando de esto últimamente es porque siento que los trabajadores que hay en mi entorno son, en su mayoría, cobardes, poco resolutivos, poco lanzados… no se bien como lo definiría. El caso es que siempre he tenido claro que en el trabajo hay que asumir riesgos, que no todo está siempre 100% controlado y que cada uno tiene que asumir la parte de responsabilidad que le corresponde. En esta historia que os he contado, podríamos haber pedido permiso al cliente para llamar a nuestro jefe y preguntarle como se metía, o incluso haber preguntado al cliente, pero realmente el riesgo era mínimo, nada iba a romperse (en teoría).

Hoy en día, al menos en lo que a mi me rodea, noto que cada vez la gente va más sobre seguro. Gente ha llamado a la oficina o a quien fuera para que le explicase «como meter el streamer», por seguir con el ejemplo. Es así de penoso. La gente es incapaz de asumir ningún riesgo, por mínimo que sea, ni de tomar decisiones por su cuenta. Si algo sale mal, siempre podrán escudarse en el «es que a mi me lo dijeron así». Y muchas veces la persona que le da la instrucciones tiene exactamente los mismos parámetros para tomar una decisión, los mismos conocimientos, pero se arriesga a decir algo, a hacer algo. Lo único que tiene de más es esa capacidad de arriesgar, de valorar riesgos y tomar decisiones.

En esa empresa de informática, donde empecé metiendo un streamer en un ordenador NCR, aprendí que en el trabajo hay que saber tomar decisiones, hay que saber ser independiente, hay que saber resolver los problemas por ti mismo, sin escudarte en nadie. Eso lo llevo también hoy en mi trabajo y en general en mi vida. No me gusta la gente que se esconde detrás de los demás para no tener que tomar decisiones. Esa gente que necesitan llevarlo todo masticado y tener 20 redes de seguridad. Esta gente para mi no es tan valida como quien toma decisiones y piensa por si misma, porque requieren que haya gente capaz de dirigirlas a cada momento. Es como tener un robot teledirigido. Es necesario, pero siempre requieren que haya alguien detrás dando instrucciones, no los puedes dejar solos trabajando.

Me gusta la gente que es capaz de improvisar, que es flexible, que se adapta a lo que la situación requiere rápidamente, que sabe tomar decisiones aun a riesgo de equivocarse. Y por supuesto que a veces nos equivocamos. Es el peligro de tomar una opción: no sabes si es la correcta hasta que no ves el resultado. Pero ese gusanillo me gusta. Y sobre todo no soporto a la gente que no es capaz de asumir su porción de riesgo.

Quizás por eso últimamente me siento tan atraido por el trabajo de los periodistas, porque imagino que son personas de las que a mi me gustan: con capacidad para improvisar y decidir, de adaptarse a cualquier cosa. Gente que cada mañana llegan a su trabajo sin tener claro que es lo que ocurrirá. Y eso me gusta. Hubo un tiempo, sobre todo en aquella época, en la que siempre decía que no quería ser funcionario, que no quería tener claro cada mañana lo que iba a encontrarme en el trabajo. Me hago mayor y muchas veces empiezo a pensar que quizás eso me gustase, pero en el fondo sé que no. Sé que me gusta ese no saber cada día a que me voy a enfrentar. Y lo que tengo ahora no es eso, pero a veces se le parece y esas veces lo disfruto. Sobre todo, cuando me dan la libertad y la confianza suficiente para tomar esas decisiones que hay que tomar.

7 comentarios en «Mi primer trabajo»

  1. Que buenos recuerdos me trae este post. Maravilloso, si señor, maravilloso.
    Buenos recuerdos de esa epoca en esa empresa en la que D. Rafael Conde y D. J.M.G. eran los jefazos. Yo me incorpore algo tarde, por lo que me perdi esos principios. Me imagino cual era la empresa a la que tubisteis que ir en el recreo, jejejeje.
    Genial la anecdota del Streamer y por supuesto genial la capacidad de reaccion ante ese «imprevisto».
    Genial esos compis que tu y yo conocemos. Personajes curiosos que me enseñaron muchas cosas de esas que no te enseñan en el instituto, esas cosas que al final acaban marcando parte de tu futuro.
    Geniales esos NCR, maquinas impresionantes para lo que habia en esos años. La verdad es que fueron años maravillosos en los que por supuesto hubo buenos y malos dias, pero sin duda muy buenos momentos para recordar.
    ¿Recuerdas esos ratos de Quake?. Seguro que si …
    Con respecto al fondo del articulo, pues poco mas que añadir … totalmente de acuerdo contigo, como casi siempre. Chapó, me quito el sombrero.

  2. Muchas gracias por vuestros comentarios. Sabía además que a Neneland y a otros lectores de este blog, que han compartido momentos en ese lugar, les iba a traer grandes recuerdos 🙂

    Un saludo a ambos.

    PD: Como olvidar ese quake. Tengo que proponerlo en mi actual empresa. ¿Crees que lo aceptaran, @neneland?

  3. Ummmm, no me parece que sea una buena idea, y mas teniendo en cuanta el buen rollito que se respira en el ambiente, vete tu a saber si mas de uno no pillaba de verdad a otro y le dejaba la «cara verdirroja» esa que se ponia de vez en cuando en modo dios. Igual alguno llevaba a la vida real esas redecillas de la vida virtual y se liaba parda al final.
    De todas formas, proponlo y me cuentas, total, cosas mas raras y descabelladas he visto yo en esa santa empresa.

  4. Ummmm, no me parece que sea una buena idea, y mas teniendo en cuanta el buen rollito que se respira en el ambiente, vete tu a saber si mas de uno no pillaba de verdad a otro y le dejaba la «cara verdirroja» esa que se ponia de vez en cuando en modo dios. Igual alguno llevaba a la vida real esas redecillas de la vida virtual y se liaba parda al final.
    De todas formas, proponlo y me cuentas, total, cosas mas raras y descabelladas he visto yo en esa santa empresa.

  5. Yo como infiltrado y ajeno a vivencias de aquellos tiempos y mero espectador lejano de éstos tiempos, me centraré en la moraleja.

    Y la moraleja es la de tener capacidad de decisión… ¡y ejercerla!

    La poca implicación de la gente en general, el absurdo miedo al fracaso, habitualmente es lo que más suele llevar al mismo.

    (me ha gustado como me ha quedado la frase… la voy a twitear)

    Un abrazo.

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