El bibliobús

El bibliobús

Puede que muchos no sepan lo que es un bibliobús. Si vivís en una gran ciudad y en un barrio decente, posiblemente tengáis una biblioteca cerca y la hayáis tenido siendo jóvenes. Incluso muchos colegios tienen bibliotecas propias. Pese a que Málaga no sea la ciudad más pequeña de España, hay que reconocer que si por algo destaca es por el Sol, la playa y los chiringuitos. El tema cultural aquí siempre ha brillado por su ausencia. En el barrio donde me crié han abierto la primera hace unos meses y ya me pilla un poco crecidito y con capacidad para comprar los libros que me interesan, además de no ser tampoco una gran biblioteca.

Siempre me ha gustado leer. Desde TBOs pasando por Don Mickey, libros de Enid Blyton (siempre me intrigó saber que eran esos pasteles de carne que tanto comían en Los Cinco), Julio Verne, Stephen King, Orson Scott Card, Vargas Llosa, JJ Benitez, Angeles Caso, Pérez-Reverte, Juan José Millás… De todo, siempre he tenido un libro junto a mi cama. No soy rápido leyendo, me lleva su tiempo cada libro, pero casi cualquier rato era bueno para leer unas páginas y cada noche se convertían en mi mejor aliado para escapar de la rutina y adentrarme en otras vidas, tiempos y lugares. Y cuando era niño, que lo fui, la cosa no estaba en casa muy para andar comprando libros, así que el bibliobús era mi mejor amigo.

Por si no sabéis de lo que hablo, se trataba de una furgoneta grande, una especie de microbús, al que habían retirado todos los asientos y tapado todas las ventanas con estanterías repletas de libros y tebeos. Una pequeña tarjeta me hacía socio del Bibliobús, fue mi primera tarjeta personal, la primera que ponía mi nombre. Cada jueves por la tarde, a la salida del colegio, allí estaba esa vieja furgoneta y una larga cola de niños como yo en la puerta. Un señor, que yo veía viejísimo aunque quizás no lo fuera tanto, nos esperaba en la puerta con su impecable gorra de conductor de autobús. Nos pedía la tarjeta y el libro de la semana anterior. Buscaba en una enorme caja la tarjeta correspondiente al libro y nos preguntaba si queríamos otro o nos llevábamos el mismo. Si no lo habíamos terminado, apuntaba en la tarjeta de nuevo nuestro número de socio (que ilusión me hacia tener un número de socio) y nos marchábamos con el mismo libro. Si no, recogía el libro y nos dejaba pasar para que buscásemos uno nuevo.

Libros gastados, rotos muchos de ellos. Algunos con páginas de menos y con las que quedaban llenas de manchas de bocadillos comidos por niños como yo mientras devorábamos a la vez el pan con mantequilla y esas palabras. No era lo más higiénico, no era un templo de la cultura, era solo una vieja furgoneta desvencijada llena de viejos libros, pero éramos muchos los que esperábamos aquel bibliobús con tantas ganas como otros niños esperan hoy y esperaban en aquella época la llegada del autobús del Barça o el Madrid en la puerta del estadio. Y no éramos conscientes de estar haciendo algo bueno, de estar devorando cultura ni nada de eso. Simplemente lo hacíamos porque nos gustaba, así de sencillo.

Y todo esto viene porque esta mañana he estado en una librería que hacía tiempo que no visitaba. Y me he vuelto a sentir bien, me ha vuelto a impresionar el silencio en ella, me ha gustado que la librera se acercase a preguntar que buscaba, con amabilidad y sabiendo de lo que le hablaba. Cuando le he pedido el libro, se ha ido directa a una estantería en la otra punta del local y, entre cientos de libros, ha sacado, casi sin mirar, el que yo quería. Como si tuviera una gran foto en su cabeza con los miles de libros que hay allí dentro. Y se que eso no puede desaparecer. Por mucho internet que haya, por mucho Amazon o mucho iPad que llegue, ese encanto que he vivido esta mañana, en esa vieja libreria, a pesar de estar reformada, no puede irse. Y ya sabéis que no renuncio a la tecnología, todo lo contrario. Soy un gran defensor de ella en todos los aspectos y en este también. Pero esa magia de los libros en papel sigue viva en mi desde los años del bibliobús. Y espero que no muera nunca.

Vuelvo a tener un libro impreso en mi mesita de noche, que ha desplazado el iPad a un rincón un poco más apartado. Y como cada vez que abro uno nuevo, es un misterio si me gustará o no, aunque siempre tengo buenas referencias de los libros que se apoderan de mi mesita y este no es una excepción. Y como siempre que emprendes un viaje, por muy preparado que lo hagas y mucha información que tengas, siempre existe esa emoción de no saber del todo como irá y las sorpresas que encontrarás, pero emprendes el viaje con ilusión y alegría, como yo emprendo, en cuanto termine de escribir este post, mi viaje por El Arco Iris de la Gravedad.

PD: Curiosa la memoria. Como puede guardar tantos detalles de cosas que sucedieron hace décadas y no recordar lo que has desayunado hace unas horas.

3 comentarios en «El bibliobús»

  1. He leído tu post en el teléfono esta mañana.

    Como siempre está muy interesante, pero es que antes de acabar de leerlo ya había pensado escribirte que estaba seguro de quién era el libro que ibas a leer (no había visto aún la foto de la portada)… y veo que efectivamente, como imaginaba, es de Thomas Pynchon… yo se porque y tú también 😛

    Sólo por meterme un poco contigo 😀

  2. La ventaja de un buen libro de papel es que no necesita de una bateria para funcionar, siempre lo tienes ahí a tú disposición, sin necesitar un enchufe.

    Cada vez estoy mas de acuerdo en que Internet está minando la capacidad de concentración para leer textos largos como dice Nicholas Carr en su último libro Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?.

    Las Bibliotecas tienen una mágia especial, ese silencio, ese ritual de presentar el carnet de socio, buscar un libro con su ficha en sus estanterias, ordenados por una serie de numeros y letras que solo los bibliotecarios entienden, luego te sientas en la mesa y a leer.

    La tecnología tiene que ser un complemento, no un sustituto, porqué de nada sirve que tengamos miles de títulos en el Ipad o en otro soporte si luego se nos va la luz o se nos agota la bateria, lo único que podremos leer es lo que ponga en la carcasa del dispositivo.

    PD: Veo que ilustras el árticulo con un libro del autor favorito de Marta Fernandez, Thomas Pynchon.

  3. Que malas personas sois ambos, que pensais solo en lo mismo 😉 Me parecía una buena forma de retomar las buenas costumbres.

    Que cierto lo que dices, blogorwell, internet no está quitando el habito de la concentración para los textos largos. Sólo demandamos post y artículos de 3-4 párrafos, de consumo rápido. Vemos un texto largo y lo guardamos en el ReadItLater y tras unas semanas acabamos borrándolo porque no tenemos tiempo de leerlo. Hay que recuperar el hábito de leer textos largos, bien escritos, que se recreen en los detalles.

    En ello estoy.

    Saludos.

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