El Comité – Conrad Schumann

El Comité – Conrad Schumann

Martes,  15 de Agosto de 1961

19 años tiene Conrad Schumann. Sólo 19 años y ya se ha convertido en todo un héroe y un villano según a quien le preguntes. Mañana la foto de Conrad saldrá en todos los periódicos del lado Occidental como un héroe que se ha rebelado contra la opresión comunista saltando la alambrada que hace unos días separó de manera infame un Berlín de otro. Mañana esa foto será portada en muchos sitios. En unas semanas esa película grabada abrirá noticieros en televisión y cine.

Mañana ese nombre no estará en ningún registro de nuestra RDA. Ese soldado de sólo 19 años no habrá existido jamás. Ni siquiera querrán que se le recuerde como un desertor, simplemente no querrán que sea recordado de ninguna manera. Pero las imágenes quedarán ahí y los que le hemos visto dar esos pocos pasos que le separaban de un mundo a otro no podremos olvidar lo fácil y a la vez lo difícil que puede ser cambiar de vida.

Ha sido casualidad que pasara por allí esta mañana. Dedico todos los días un rato a caminar por diferentes secciones de El Muro. Me gusta ver a la gente de los alrededores y sobre todo comprobar como poco a poco el furor y los nervios iniciales se están calmando. Ya apenas hay gente de nuestro lado cerca de las alambradas. Poco a poco la ciudad recupera su ritmo, un ritmo cambiado. Hay miles de personas que iban cada día a trabajar al otro lado y que ahora deambulan perdidos por las calles de nuestro Berlín pegando en puertas y comercios buscando un trabajo del que ahora carecen. El ritmo ha cambiado. Las colas han desaparecido. La ciudad despierta más tarde y desanimada. Se nota en el ambiente.

Desde el otro lado sigue habiendo gente que se acerca también a las barreras. Son como visitantes de un zoo que vienen a ver animales enjaulados. De vez en cuando sueltan algún insulto a nuestros soldados sobre todo cuando detienen a alguien que quiere pasar. Les incitan a pasar, intentan animar a la gente que quiere cruzar a que se vayan con ellos, que vivirán mejor. No sé si son alborotadores pagados o sencillamente gente con poco que hacer que se divierten provocando.

Y en esas estaba, con mi paseo diario, cuando he visto a Conrad en el cruce entre Ruppiner Strasse con Bernauer Strasse. Por supuesto no sabía que era Conrad. Por supuesto no sabía lo que iba a ver unos minutos después pero esa intuición en la que siempre digo que no creo me hizo fijarme en él de entre todos los soldados. Estaba ahí apoyado en la pared fumando un cigarrillo particularmente cerca de las alambradas. No había ningún otro soldado tan cerca de la barrera.

Escuchaba como desde el otro lado le llamaban. Le decía que tirara el arma y se viniera. Vente, chaval. No tires tu vida con los comunistas. Aquí las mujeres son más bonitas y más abiertas. No te quedes con los rojos. Gritos habituales en cualquier zona de la frontera donde hay americanos cerca. Conrad miraba a ambos lados. Le vi nervioso. Parecía hacer oídos sordos a las llamadas desde el otro lado pero su cara mostraba un nerviosismo que me llamó la atención.

Desde el otro lado había un par de reporteros haciendo fotos a las alambradas, los soldados, la gente que pasaba. Iban haciendo fotos para sus agencias de información (o de propaganda) y esperaban como aves carroñeras que pasara algo diferente que hiciera subir el caché de sus fotos. Algún intento de fuga, algunos gritos de más, un soldado que respondiera a las provocaciones mostrando su arma… Incluso muchos de ellos se encargaban de provocar. Lanzaban sus gritos, e intentaban que algo sucediera para poder vender más caras sus instantáneas. Supongo que poco podían imaginar que se iban a encontrar con el regalo de sus vidas.

Entonces pasó. Un autobús con soldados de la RFA pasó cerca de la barrera y Conrad lo hizo. Salió corriendo y dio el par de pasos que le separaba de la alambrada. La saltó con facilidad, apenas era medio metro de altura, y tiró su arma al suelo. En apenas 10 segundos estaba entrando en el camión de soldados de la RFA entre aplausos de los propios soldados y el «público» asistente. Todos le vitorearon como a un héroe. Los soldados de nuestro lado, yo mismo que le estaba observando directamente, no pudimos hacer nada. Apenas un grito para que se detuviera pero ya estaba en el otro lado. No podíamos pasar. Hubiera sido un acto de guerra. Conrad se había escapado, había desertado.

Me da que no ha sido el primero y sé que no será el último, pero este va a ser especialmente doloroso. Ha sido fotografiado y filmado. Uno de los vigilantes del muro huyendo. Esto es carne de propaganda de los medios occidentales. Va a ser un desastre, uno de los primeros traspiés aunque no nos llegará a este lado. Yo he tardado unos minutos en saber quien es. Los reporteros habrán tardado lo mismo. Mañana Conrad Schumann, con nombre y apellido, será famoso.

Así imagino a Heidi algún día, en cuanto deje de tomar las pastillas. Saltando al otro lado en un descuido. Cruzando algún puente a la carrera, jugándose la vida a partir de hoy. He leído esta tarde la nueva orden que se ha pasado a los soldados: no se puede dejar cruzar la frontera a nadie. Si alguien intenta cruzar tienen orden de disparar. No especifican si a matar pero cuando se dispara deprisa a alguien que está corriendo puede ocurrir cualquier cosa. La situación se tensa por momentos.

Es curioso cómo una cama puede estar helada en pleno agosto. No soporto estar en ella con Heidi, apenas me habla e incluso en el mismo colchón se nota la distancia. Sé que está reduciendo las pastillas que estaba tomando. Las toma cada 6 horas en vez de cada 3 como antes. Se va manteniendo más despierta pero sigue sin dirigirme la palabra. Sigue culpándome. Sigue odiándome. No me quiere. Lo nuestro ya no es lo nuestro. Ahora mismo no existe nada entre nosotros. No puedo hacer nada. No puedo presionarla. Sólo esperar que quiera hablarme, que podamos hablar y que entienda que he hecho todo lo posible. Espero que ella lo entienda porque yo mismo no lo entiendo. Yo mismo dudo si he hecho todo lo posible, si tiene razón y debí hacer algo más para traerla. Yo mismo me culpo, ¿cómo no entender que ella me culpe más aún?

Han pasado sólo 3 días desde que se levantó el muro en la ciudad y entre nosotros. Espero que el tiempo todo lo tranquilice.


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