El Comité – Compañeros de fatigas

El Comité – Compañeros de fatigas

Martes,  11 de Julio de 1961

Las cosas van sucediendo rápido. Las dudas nos van surgiendo a todos los miembros del comité cada día. Lo suponía, pero la reunión express de esta mañana me lo ha confirmado. Todos vamos en la misma dirección y todos empezamos a ponernos nerviosos, y eso que aún faltan meses para que empecemos a ver el fruto de nuestro trabajo.

Era cerca de la 1 cuando ha llegado el mensajero con la carta de Uwe. No la esperaba en absoluto. Me llama la atención que a nadie se le ocurra algo tan moderno e inmediato como una llamada de teléfono. Está claro que aún estamos paranoicos, o no. Es posible que no se trate de paranoia sino de precaución justificada. Me invitaba a almorzar y pasar con él la tarde para tratar algunos asuntos de relevancia. A las 14:30 en la cafetería de la estación Berlin-Gesundbrunnen. El mensajero esperaba respuesta pese a que el tiempo estaba muy ajustado para que pudiese recibirla Uwe y en ese momento ponerse en marcha hacia la estación. Supuse que él ya asumía que iba a decir que sí pero cumplí el protocolo y en el reverso de su nota escribí un cortés asistiré encantado que firmé. El mensajero salió rápidamente y ahí me quedé dando vueltas a lo que querría Uwe.

La estación está cerca de mi oficina así que llegué pronto. Suponía que Uwe, en la zona sur, aún no habría llegado. Me había despejado la tarde y había avisado que posiblemente no iría a la oficina. Me acerqué a la barra a pedir una cerveza mientras esperaba a Uwe. Lo que no esperaba era encontrar a Herbert ahí. Herbert. Otro de los miembros de El Comité. Vecino de distrito. Trabajábamos muy cerca pero apenas nos tratamos. Sólo lo necesario por cuestiones de trabajo. Es un tipo oscuro. No me gusta. Siempre negativo. Siempre siempre hablando mal de los capitalistas en un lenguaje que me violenta especialmente. No me gusta la gente que se radicaliza y Herbert es lo que yo llamo un radical. Estoy convencido de que es uno de los más partidarios de construir un muro que realmente nos separe de los malditos americanos y los berlineses que se han vendido al nuevo imperialismo. Ese es su lenguaje, al menos las veces que le he tratado.

No me quedaba otra que acercarme a él. Estaba allí también con una cerveza. Nos saludamos y estaba a punto de preguntarle si había recibido la invitación de Uwe cuando una gran palmada en mi espalda casi me tira la cerveza. Era Markus. Con él si me fundí en un gran y sincero abrazo. Otro de los miembros de El Comité, por supuesto. Ya no era casualidad. Uwe había convocado una reunión con los que ahora mismo éramos miembros activos de esa historia de el muro. La pregunta se hizo innecesaria

Markus saludó con un frío apretón de manos a Herbert y comenzamos a charlar. Pese a habernos visto en todas las reuniones oficiales, si pueden llamarse así, no habíamos podido despachar a gusto. Markus es de mi quinta, como casi todos en El Comité, pero sobre todo es de mi estilo. Es un tipo abierto, con mentalidad socialista pero con ganas de entendimiento. Un tipo franco y directo, aunque sabe guardar muy bien las distancias y ser discreto cuando procede. No se puede ser de otra manera.

Estábamos poniéndonos un poco al día de nuestras vidas, no hay demasiado que contar porque con Markus si me veo o hablo por teléfono con cierta frecuencia, cuando llegó Félix. Es el que pareció mostrarse más sorprendido por vernos a todos allí. Es demasiado joven aún. Demasiado inexperto para estas lides. No tiene ni 30 años aún. Nadie sabe exactamente como llegó a esas alturas en la pirámide de mando siendo tan joven. Todos piensan, pensamos, que alguien muy poderoso y generoso desde arriba le ayuda, aunque nadie ha conseguido tener pruebas.

En cuanto nos saludamos él fue el encargado de entretener a Herbert, que había quedado fuera de lugar en mi conversación con Markus. A lo tonto ambos pedimos una segunda cerveza cuando Félix pidió la suya. Cuando la conversación fluye hay que lubricar la garganta y entre Markus y yo siempre fluía la conversación y la cerveza. No sé cuanto más tardó pero Uwe llegó el último y tarde. Saludó, se disculpó y nos invitó a sentarnos en la mesa que había reservado.

La comida estuvo bien, todos comimos a gusto y pagamos entre todos. Esto no era una reunión oficial, más bien todo lo contrario, así que nada de cuentas para el Ministerio. Toda una reunión de amigos. Comimos, bebimos, reímos… Cuando la conversación comenzaba a virar a temas políticos o cuando Herbert preguntó, con poca discreción pese a bajar la voz, si esta reunión tenía que ver con El Muro, Uwe le calló. Eso lo hablaremos después tomando un café en el parque, afirmó mirándonos muy fijamente a todos para que entendiéramos que no debíamos ni mencionar ahí esos temas. Pese a estar a gusto, todos sabíamos que nos tocaba ponernos serios. Pedimos café para llevar y Uwe nos invitó a dar un paseo por el Humboldthain.

No estoy acostumbrado a estas cosas, no estoy acostumbrado a estos juegos de espías. En mi mente para cualquiera que nos viera estaba clarísimo que estábamos conspirando. Cinco señores con los uniformes de la Volkspolizei llenos de galones caminando juntos. Más aún cuando nos sentamos en aquella mesa en el parque. Cualquiera veía que era una reunión, o eso pensaba yo, pero al menos teníamos control de lo que pasaba a nuestro alrededor. Estábamos alejados del tránsito general de gente que va y viene.

Uwe disparó primero, ya que era el convocante de la reunión. Nos pidió que habláramos con franqueza y que nada de lo que se dijera en esa mesa llegara a altas esferas salvo que así lo acordáramos, invitando a quien no estuviera conforme a levantarse y no seguir participando. Por supuesto todos nos quedamos pero creo que no fui el único en echar una mirada de reojo a Herbert.

No me sorprendió nada de lo que dijo. No soy el único que ha recibido la visita de «joyeros». Personas que ya conocen la situación y quieren influir. Fue Uwe el primero en contarlo pero nadie tardó en exponer situaciones similares. He sentido en todos el mismo tono de preocupación y las mismas dudas que tengo yo. Uwe casi se echa a llorar. Me ha impresionado ver a un tío como él derrumbarse pero es lógico. Ha sido la situación más dura que he escuchado.

Sólo Herbert a discordado. Ha sido el último en hablar y su tono ha sido bronco. Ha jurado por su honor que no hablará ni una palabra de lo escuchado pero que está muy desilusionado con nosotros. El también había tenido un ofrecimiento y la persona que lo había hecho ya ha pasado por el calabozo. De hecho, no me ha quedado claro si aún sigue ahí y no he querido preguntar más. Esa, según él, es nuestra obligación. Nadie debe saber nada y si lo saben hay que callarlos. Más aún cuando pretenden sacar beneficio. Esa es nuestra obligación, nuestro deber de camaradas, defender a nuestro gobierno, nuestro país.

Nos aconsejó que nos dejáramos de sensiblerías y tomáramos las medidas oportunas contra esos traidores. Se levantó y se marchó, afirmando que guardaría nuestro secreto pero que no quería saber más de esta historia y que si era invitado a alguna otra se vería en el deber de denunciarnos.

Tras ese jarro de agua fría decidimos retirarnos todos para que Herbert nos viera a todos abandonar la reunión. Sólo un intercambio rápido de palabras para concertar nueva reunión sólo nosotros cuatro el jueves, antes de la siguiente reunión oficial. En ese banco, a las 19:00. Con ropa de paisano para llamar menos la atención.

Esto empieza a parecerse a una película de espías, tipo El Tercer Hombre. No me gusta, pero creo necesario que mantengamos esa reunión antes del viernes. Yo no pienso fallar y mucho me extrañaría alguien lo hiciera. A excepción de Herbert, claro. El no ha sido invitado


El libro de El Comité al completo, con contenidos adicionales, disponible en Amazon.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.