Confidencias

Confidencias

Hace tiempo, muchísimo tiempo, más del que quiero recordar, yo compartía confidencias con alguien. Casi cada día. En los tiempos en los que no había guasap, móviles, facebook… por no haber no había ni siquiera internet.

Eran tiempos donde las charlas se hacían en persona. En una cocina mientras el otro cocinaba, en un cuarto de la colada mientras se doblaba ropa a duo y se compartía cerveza, vino, queso, patatas fritas… o un café, que daba igual la hora y había veces que lo suyo era un sencillo café que, en muchas ocasiones, se quedaba frío de tanto esperar turno entre palabra y palabra para ser bebido.

Mucho tiempo hace de aquellos días en los que cada cosa que me pasaba, importante o no, iba a contárselo a esa persona. O esperaba ansioso el día siguiente para poder contarlo. Días en los que escuchaba con ganas esos consejos, en los que escuchaba con ganas lecciones de vida, cosas que también me contaban. Porque las confidencias son como la confianza, debe ser mutua.

Pero hace mucho tiempo de aquello y hoy ya no existe. Y recuerdo el momento en que mi cabeza hizo click. Recuerdo el momento, aunque en aquel momento no le puse nombre ni sabía las consecuencias que traería, en que aquella confianza se rompió. Recuerdo cuando me sentí traicionado al enterarme por terceros de algo que debió contarme en una de esas múltiples charlas, en uno de esos muchos minutos de confidencia y confianza.

Recuerdo esa sensación de dolor, de no saber porqué, de sentirme engañado, de pensar que aquella intimidad que teníamos no era real. Pensaba que si algo tan importante no me lo contaba, cuantas cosas no se callaría. Yo me desnudaba en cada charla. No tenía filtro para contar nada, éramos los mejores, compartíamos siempre nuestras emociones… o eso creía.

Recuerdo que, aún sabiéndolo, esperé un tiempo a que me lo contara, confiando en eso que decimos mucho por aquí de «no había encartado» y que antes o después me lo contaría. Hoy en día, muchísimos años después, ya no espero esa charla que nunca fue. Y desde aquel momento las charlas se apagaron, la confidencia se fue, la confianza murió. No existe.

Sí, dolió al principio. Sí, duele ahora que lo recuerdo, me acordé hace unos días y necesitaba esta pequeña catarsis bloguera para abandonar la idea durante unos cuantos años más. Así son las cosas. Nos seguimos viendo, pese a los años y a la ausencia de esa confianza. Ya no hay confidencias, ya no hay confianza. Alguna ves lo he intentado pero esas cosas salen o no, y no me sale.

Si, duele a veces, pero pasa rápido y se puede vivir si eso. Al final buscas otras personas o te callas. Te guardas esas cosas que antes le contarías y que ahora ya no te apetece contar a nadie porque para qué. Es absurdo, infantil, era casi un niño cuando sucedió aquello, pero hay cicatrices que no se olvidan.

Muchas veces me pregunto porqué no tengo esa confianza que tenía y os juro que no me acuerdo de esto. Simplemente pienso que no la hay porque no, sin más motivos. Pero a veces me acuerdo y sí, casi todo tiene un porqué, que no una razón. Hay cosas que aun sin ser razonables, son. Esta es una de esas.

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