Starbucks

Starbucks

StarbucksUn señor mayor pasea un domingo cualquiera de verano por la calle. Está solo, seguramente es viudo. No sonríe pero no se le ve triste. Da pasos cansados, le cuesta caminar pero sin embargo ahí está sólo. Sin bastón, sin ayuda, sin nadie. Lleva la ropa de domingo. Su pantalón planchado, su chaqueta pese a los 30 grados que marca el termómetro de calle unos metros más adelante. Busca la brisa y la sombra para refrescarse. Se detiene un momento frente al escaparate de una cafetería cualquiera, puede que un Starbucks donde alguien le observa sin que él se de cuenta. Se encaja de nuevo su elegante boina a cuadros. Lleva su perfume favorito, sabe que está desfasado pero es el suyo. Se siente de domingo. Repasa con las manos que la boina está en su sitio, perfecta y milmétricamente inclinada y continúa su paseo de domingo por la mañana. Como todos los domingos.

Ella está en la cafetería esperando. Pintada muy en exceso. Mucho. Como si la pintura en la cara pudiera disimular las arrugas de esos casi 80 años que luce su piel. Pelo de domingo, está claro que ayer fue a la peluquería para estar perfectamente arreglada para él. Vestido nuevo, impoluto. Flores rojas y blancas estampadas. Gafas de sol bien grandes para que no le duela la cabeza. Está nerviosa. Saca el móvil del bolso de charol rojo a juego con su vestido, el carmín rojo intenso de sus labios y el colorete para dar alegría a su cara. Le cuesta marcar, sus manos ya no son lo que eran y esas pantallas nuevas táctiles se le hacen complicadas. Mientras se centra en el móvil él llega por detrás. 40 y pocos años. Atractivo, elegante. Pone la mano sobre su hombro y ella se gira a mirarle. Le da esos dos enormes besos que las madres dan a sus hijos, por muchos años que tenga ella y muy grande que sea él. Se acercan a la barra. A él le conocen. A ella no. Se siente rara en el Starbucks, ese no es su ambiente, es el de su hijo. Las camareras le hablan con cariño. Le dicen a él que vaya novia más guapa se ha echado. Ella sonríe y les habla. Él pide por ella el café mientras ella se entretiene con una de las jóvenes dependientas. Es Carmen y su hijo la trae a un sitio nuevo para celebrar su santo y se la va a llevar a comer. Ella está feliz, él está feliz, ellas sonríen al escuchar la historia. Toman su café tranquilos y se marchan a dar un paseo por el Parque y a comer algo.

Entra con su look estudiádamente casual e informal. Sus chanchas, sus gafas de sol blancas, son pelo descuidado, su moreno exagerado. Las chicas la conocen y le ofrecen un café nuevo que tienen. Ella se deja asesorar. Todas se conocen por su nombre, las chicas tras la barra la chica «casual». Ella tiene acento extranjero. Quizás argentino pero no muy marcado. Se sienta descuidada poniendo una pierna sobre el asiento y sentándose sobre ella. Las chanclas en el suelo. Se ha descalzado. El bolso playero con un enorme sombrero para evitar el sol en exceso. Ya llega tarde, su moreno es intenso. Mucho. Habla un poco de nada con las chicas y se centra en su móvil. Guasaps, mail, alguna web… Llama a su madre. Le cuenta que no sabe que hacer con su relación, que está cansada de esperarle, que hasta el perro es un problema en su relación, que le quiere pero sabe que no van a llegar muy lejos… Tanto se cansa de esperarle que tras 15 minutos de charla decide marcharse. Pide a un desconocido que le vigile al bolso mientras va al baño. Se fía de un completo desconocido en lugar de dejarlo a las chicas tras la barra. Él lo vigila, no le cuesta trabajo. Las chicas tras la barra ven el bolso solo y empiezan a buscarla con la mirada. El les dice que está en el baño, que no se preocupen. Vuelve, da las gracias al desconocido, se despide de las chicas y se marcha. Se ha cansado de esperarle, también en la cafetería. Se marcha. Al cabo de un rato él llegará y no la encontrará. O no, quien sabe.

El llega como cada domingo desde hace semanas con su bandolera a cuestas. Se acerca a la barra y pide su Frapucchino Mocca Blanco Venti. Tiene aprendida la frase completa. No consigue memorizar en esa frase la coletilla sin nata, pero la chica tras la barra se lo recuerda. Sin nata, verdad. Así es, ya le conocen también. Ya no le pregunta el nombre. Lo sabe. El entrega el precio exacto, lo sabe. Ella le entrega su clave de la WIFI y hablan de los problemas de la semana pasada para conectarse. Del informático, de las guardias, del tiempo que hace que están allí… El busca su sitio junto a la ventana. Hoy está vacío. Saca el portátil de la bandolera, asienta su Frapucchino, el ordenador y se pone a escribir. Abre la puerta a sus niños virtuales, a Fritz, Heidi, Olga, Erich, David, Otto, Lucia… Deja que todo fluya. Su mente se inunda de vidas ajenas, de problemas que vive como suyos. Deja que la música le acompañe. Entre párrafo y párrafo levanta a veces la mirada del portátil. Ve a un señor mayor por la ventana. Ve a una mujer mayor celebrando su Santo con su hijo. Ve a una mujer rubia muy morena que no conoce de nada que le pide que le guarde el bolso. Y así transcurre su mañana, entre ficción y realidad. Entre mundos imaginarios y vidas reales.

Y luego dicen que el Starbucks es muy impersonal. Todo lugar tiene su encanto. Sólo hay que saber mirar.

6 comentarios en «Starbucks»

  1. Hombre, el Starbucks de Valencia impersonal no es, muchisimas cafeterias tratan de forma mas impersonal y menos amable a sus clientes, pero esta claro que siempre tendra la fama.

  2. A mi me ha dado pena así que està muy bien escrito. Me ha recordado mucho a la forma de escribir de Eloy Moreno.
    Feliz Cumpleaños!

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