Mi querida pelirroja

Mi querida pelirroja

PelirrojaHoy es de esos días que me apetecería emborracharme. Pero no solo en casa con una botella de ginebra y unas cuantas de tónica. Me apetecería llamar a alguien. Justo ahora, en vez de estar escribiendo esto.

  • ¿Oye que
  • Pues aquí viendo una mierda de película a ver si me entra sueño y me duermo
  • ¿Nos vamos al Chicago a tomar unos gins?
  • Ya, tu lo que quieres es ver a tu pelirroja, ¡bribón!
  • jajaja. Pues mejor que los sirvan con gracia y una sonrisa que un soso. ¿Vamos?
  • Vamos

Llegar, pedir un par de gins («Tu ponme alguno de esos que tu sabes que me gustan», le diría a mi querida pelirroja), y empezar a hablar. El trabajo, la salud, el trabajo, los niños, el puto trabajo, las series que estamos viendo, la mierda de vida que llevo sin llegar a centrarme en lo que quiero y sin acabar de cerrar tantas cosas que tengo que cerrar. Y a todo esto mi pelirroja aparecería de nuevo al ver las copas vacías, haciendo proposiciones. Sólo de bebidas, no me interpretéis mal que  lo nuestro es una relación puramente profesional. Y yo me vuelvo a dejar seducir por esa sonrisa, esa simpatía y ese pelo rojo.

Retomamos la charla hablando de lo que nos gustaría hacer ese amigo y compañero de borracheras y yo. Planes de futuro, proyectos que nos gustaría emprender. Algunas locuras sin sentido que jamás servirían de nada, otros proyectos a los que seguimos dándole vueltas. Otras cosas simples entretenimientos que nos gustaría hacer en casa o en el trabajo y que nos llenarían emocionalmente mucho más que la porquería de tareas rutinarias que tenemos que hacer y a las que muchas veces no le vemos ningún sentido. Y nos emocionaríamos pensando igual en montar una delegación de la NASA en el Puerto de la Torre o en montar un pequeño servidor en Linux Mint en casa para jugar a tener un servidor propio tipo dropbox ilimitado o nuestra web de venta de collares.

Vuelve mi pelirroja. Los frutos secos y los gintonics caen como moscas.

  • ¿La penúltima?. Pregunto.
  • Venga, pero solo una más.

Ella sonríe, siempre sonríe, y pregunta si repetimos o seguimos probando. «Sorpréndenos otra vez», le digo, y en nada regresa con otra de esas ginebras en botellas sacadas de anuncios de perfume pero a lo grande. Trae ese medido que se usa con las ginebras «Premium». Desde el primer momento yo sabía que esas copas no van a costar 5 euros cada una, pero son deliciosas. Las ginebras y su sonrisa. Ambas sin adornos innecesarios. Nos pone la medida que marca el medidor y le añade un chorrito extra «Es que a mi me gusta darle un toquecito más, que si no queda muy sosa», nos dice lanzando un guiño de complicidad.

Y si esta noche hubiera quedado con alguno de esos amigos imaginarios le contaría que es una mierda haber vuelto a «ilusionarme» (ese eufemismo tan habitual para no decir la palabra maldita: enamorarse) porque era tela de feliz sin sentir nada de eso por una mujer desde hacía años, teniendo sólo amigas, como mucho con derecho a roce, y que ahora recuerdo porqué huyo cuando empiezo a sentir eso del «ilusionamiento». Porque mola tela. Porque eso de las mariposas en el estómago y las cursiladas varias son geniales al principio. Que si el guasap, que si tres mensajes, que si 7 mensajes. Que si le escribo más o la agobiaré pero luego viene la puta realidad: todo está en mi cabeza, como los sueños del trabajo y todas esas mierdas. Las mariposas se mueren en el estómago y se te indigestan. Y para colmo cuesta hasta sacarlas de ahí a las cabronas. A las mariposas, me refiero, claro. Se quedan ahí recordando lo guapa que te parece, lo lista que es, como te reías con ella, como te hacía pensar, reflexionar, como te apoyaba, como la echas de menos… pero esas mariposas te hacían ver lo que no es. Porque no es «ilusionamiento». Y duele, más cuando sientes rechazo. Duele un huevo.

Y para eso está tu amigo ahí, para aguantar la paliza que le das y darte ánimos. Porque solo escuchar la paliza ya es dar ánimos. Y te desahogas y tomas el último sorbo de ese gintonic de toques afrutados que tan bien sabe, aunque ya sea un resto algo aguado.

  • La cuenta, ¿no? – dice alguno de los dos.

Mi querida pelirroja no para y en uno de sus viajes siempre bandeja en mano, le hacemos el gesto universal de pedir la cuenta. Nos sonríe y asiente. 2 minutos después aparece con su eterna bandeja, esa que dice que cogió por primera vez hace sólo unos meses y que maneja con absoluta maestría, cargada con la cuenta y un par de chupitos deliciosos que prepara ella misma, con su toque especial que no pienso desvelaros para que vayáis a probarlo. Nos sonríe y me lanza un guiño porque sabe que me encantan. Los chupitos que preparan y sus guiños. Nos marchamos, no sin antes lanzarle un saludo al que mi querida pelirroja responde con esa eterna sonrisa. Mi amigo y yo nos despedimos, nos damos la mano, que vaya bien macho, no te agobies con el trabajo y pasa de esa tía. Lo mismo digo, tranquilo y que vaya todo bien. Y a ver si quedamos para hacer algo de lo que hemos hablado.

Todo pasará, no quedaremos para hacer nada de lo hablado, pero hemos disfrutado de la charla, de las risas, de dejar volar la imaginación y además yo de la sonrisa de mi querida pelirroja.

Hoy me apetecería, que le vamos a hacer. Lo pasaremos a mañana por la tarde, quizás. ¿Alguien se apunta? Ah, y gracias a mi querida pelirroja por hacerme sonreír con sus sonrisas. Y a las morenas, rubias, castañas… que me hacen sonreír con sus twits, sus guasaps, sus llamadas  y sus sonrisas reales y virtuales.

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