Mi carta a los reyes

Dentro de unas horas pasarán los Reyes Magos y tengo que confesar que no espero de manera especial que me traigan nada. Hay algo que deseo muchísimo, un regalo inconfesable que me haría el niño (de treintayonce tacos) más feliz de la tierra, pero soy consciente de que no llegará. Y es que hace tiempo que no escribo una carta a los Reyes Magos, y este año no ha sido una excepción. Sin embargo, siempre espero con ganas este día. No voy a decir que no me encante, como creo que a todo el mundo, hacer regalos. Ya lo conté en otro post no hace mucho, pero también confieso que me gusta mucho que me sorprendan.

Ya no escribo cartas, ya no pido nada. No porque no haya cosas que quiera. Hay mil cosas que me gustaría tener (ayer sin ir más lejos estuve a punto de regalarme un libro especial en una edición muy especial, pero esperaré por si algún rey mago decide tomarse el trabajo y gastarse los cuartos.), pero sobre todo deseo cosas muy poco «pedibles». Y no por caras, algunas son hasta gratis, más bien por personales o, sencillamente, porque ni siquiera sé que las quiero. Me preguntan muchas veces que quiero, pero no me sale nada que pedir. La gente dice que soy muy difícil de regalar, que sólo me gustan los aparatos electrónicos caros y que eso no me lo pueden regalar, pero no es cierto.

En la foto veis un sencillo imán de cocina con un par de gatitos. Me lo trajo Papá Noel en forma de sobrina de 16 años. Sin un duro (que antiguo suena eso pero no me sale lo de sin un euro), se ha dedicado a ir buscando detallitos en los diferentes chinos y chollos de la ciudad para toda la familia. Justo antes de irse a pasar unos días con su padre, nos preparó una mesa llena de regalos envueltos por ella (o por algún gnomo de Papá Noel, no sé), cada uno con su correspondiente nombre para que supiéramos a quien correspondía.

El mío fue este sencillo y barato imán de cocina con dos gatitos. Que no valdrán mucho económicamente hablando, pero que para mi valen mucho. Porque cuán cierto es eso de que la intención es lo que cuenta. Cuando lo abrí y le di las gracias me dijo que le daba pena ver mi nevera tan «pelada» por fuera y que necesitaba algo para darle personalidad. Y que así me acordaría de ella cuando abriera la nevera.

Y son esos detalles los que hacen grande un regalo. Que se acuerden de ti, que sean personales, que tengan su historia. Y eso si que es difícil, lo sé. Por eso me agobio tanto comprando regalos en fechas señaladas y soy más de regalar por regalar. Y por eso no me sale pedir regalos. Prefiero ese simple imán de cocina con su historia, una carta escrita por otra de mis sobrinas hace un tiempo y que aún guardo, un Click de Famobil (nada de playmobil y, por supuesto, nada de Airganboys)que me compró mi hermana hace unos años porque al verlo se acordó de todas las tardes que pasamos jugando con el castillo de los Clicks.

No escribo desde hace mucho tiempo ninguna carta, por eso cada detalle que recibo, cada imán de cocina, es una tremenda sorpresa. Y si, seguro que caerá alguna colonia y alguna he regalado alguna vez. Y los agradezco, por supuesto, pero os aseguro que le tengo más cariño a esa carta o a este imán que el que jamás podré tenerle al perfume más caro del mundo.

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