Mi particular relato navideño

Mi particular relato navideño
Premio para quien localice a Dagarín en esta foto

Las nochebuenas en casa de Dagarin siempre han sido tranquilas. No hablo del DagaPiso, que ayer vivió su primera nochebuena, sino de la casa de Dani, la de mis padres, la de toda la vida, porque yo no he conocido a mis padres viviendo en otra casa que no fuera esa. Bueno, unos meses en una casa de alquiler en Fuengirola, donde trabajaba mi padre, pero apenas tengo conciencia de ello porque yo tenía cuatro añitos. Lo recuerdo perfectamente porque fue en esa casa donde viví el mal rato de la muerte de D. Francisco Franco. Recuerdo que, para mi, fue una tragedia porque desperté de la siesta para ver Vicky el Vikingo y no pude verlo: en la tele estaban poniendo cosas de un señor que se había muerto y por su culpa no echaron Vicky. La panzada de llorar que yo me pegué fue antológica. Creo que entonces comenzaron mis tendencias ideológicas rojillas y anti-dictatoriales aunque no fuera consciente.

El caso, que me disperso como siempre, es que en casa de mis padres nunca hemos sido de estar hasta altas horas de la madrugada cantando villancicos, bebiendo y comiendo hasta el infinito y más allá. Desde que tengo uso de razón tomamos los típicos entrantes, escuchamos al Rey (que bueno ayer soltando pullitas a lo Gila sobre su yerno), comemos (Fondue de queso es un clásico en casa, importado por los años de emigrantes a Suiza de mi padres), tomamos turrones y copas mientras contamos unos chistes y sobre la medianoche, cada mochuelo a su olivo.

Como suele suceder en todas las casas, el número de comensales ha ido aumentando y disminuyendo con el paso de los años. Abuelos y abuelas que ya no están, novios y/o parejas que comparten un par de navidades y desaparecen, maridos que se convierten en ex-maridos y tambien dejan libre su sitio en la mesa, sobrinas que llegan para quedarse y que en breve empezarán a traer a sus novios, y un padre que hace ya bastante que no está y al que se le sigue echando de menos cada navidad, por muchos años que pasen. Y a mi particularmente hace ya unos años que me entra una nostalgia un poco rara y acabo cada nochebuena en mi cuarto (anoche por primera vez en el DagaPiso) viendo una comedia romántica tontuela de las que me encantan y con las que normalmente no puedo evitar que se me escape alguna lágrima al final.

Hay quien ve Que Bello es Vivir navidad tras navidad, pero para mí suele ser más clásico ver alguna película de Meg Ryan. Y alterno entre varias, pero las más habituales son Cuando Harry Encontró a Sally y Algo para Recordar. Anoche tocó la segunda. Y volví a disfrutarla, y volví a reírme mucho y volví a emocionarme mucho al final. Y se que es tonto, y se que es absurdo, pero no puedo ni quiero dejar de emocionarme con ese tipo de películas.

Y uno tiene ya treintayonce años y eso del amor que se describe en esas pelis se supone que lo tiene más que superado, pero no puedo evitar pensar que la vida debería ser así, que el sufrimiento y el dolor y los malos ratos al final acaban teniendo un final feliz. Y resulta que, aún siendo de lo más absurdo, sigo creyendo que, como tanto remarcan en Algo para Recordar, cuando conoces a alguien especial, de alguna manera, lo sabes.

Os he hablado varias veces de Sandra, a la que siempre llamo mi ex, ya sabeis: mi relación mas estable, blablabla. Habrán pasado unos 20 años desde que la vi por primera vez. No podría deciros la fecha exacta ni si era verano o invierno, ni siquiera el año en que sucedió, pero si fuese capaz de dibujar podría hacer un cuadro exacto de como fue ese primer encuentro. Lo tengo grabado en mi mente plano a plano, como si se tratase de una secuencia de una película que hubiera visto mil veces, cuando en realidad sólo paso una vez y fue un encuentro de los que se no esperas absolutamente nada y no había motivos para poner la «grabadora mental» en marcha.

Mi hermana me avisó que cuando llegase a mi casa (vivía solo por entonces pero tenía unas cuantas llaves de la casa repartidas) encontraría a una tal Sandra que tenía que hacer unas cosas en el ordenador. Ni idea de quien era y no era la primera vez que había amigas y amigos de mi hermana en casa al llegar yo. Lo de tener ordenador no era tan habitual en aquella época como hoy en día. Recuerdo perfectamente entrar en el cutre-piso y mirar al salón. Al final de la larga mesa de madera negra y horrorosa que ocupaba toda la pared, estaba ella. A contraluz, sólo se adivinaba la silueta de una chica con gafas, media melena recogida atrás con una gomilla y poco más. La saludé, me saludó y me dirigí a darle los dos besos de rigor.

A medida que me acercaba y ya la iba viendo mejor al no tener la luz justo detrás, no me llamó especialmente la atención por nada. Otra amiga de mi hermana, nada que me indicase algo de lo que iba a suceder en los próximos años o que yo dijese «ostras, peacho pivón» ni nada de eso. Pero sin embargo, algo pasó cuando le dí los dos besos. Algo sentí. Sé que suena estúpido, pero os aseguro que 20 años después sigo recordando que algo sentí al dar esos dos besos en las mejillas que no era lo habitual. Soy incapaz de deciros que fue, una especie de pellizco en el estómago, una especie de calor que me subió a la cara, no puedo explicarlo, pero sentí que esa Sandra no era otra amiga más de mi hermana y que hay había algo más.

Y os cuento esto porque en Algo para Recordar se habla mucho de señales, como de flechazos. Y sé que un tipo con treintayonce años está ya muy pasado de vueltas como para andar creyendo en esas estupideces. Pero el problema es que todo lo que os he contado es 100% cierto. No hay nada de fabulación ni de «licencia poética». Se podría decir que viví una de esas señales de las que hablan en las pelis tontas y románticas. Y la cosa, como ya sabéis, se torció con el paso de los años y Sandra ahora es mi ex y no mi mujer ni mi pareja, pero supongo que cuando te pasa una vez, no puedes evitar querer que te vuelva a pasar.

En fin, son reflexiones de un domingo navideño después de haber visto una peli romanticona anoche hasta las 3 de la madrugada. Y se me habrá grabado en el subconsciente. No me hagáis demasiado caso. O si, no se, vosotros sabréis.

3 comentarios en «Mi particular relato navideño»

  1. Buenos dias Dagarín:

    Me encanta como escribes. Te animo para que lo sigas haciendo…

    Este relato que has hecho sobre las reuniones en Nochebuena en tu casa no tiene desperdicio.

    Yo no entiendo el por qué nos seguimos acordando de ésa persona que pasó hace tanto tiempo por nuestra vida… La verdad es que no sé si realmente echamos de menos a la persona o al estado de tontuna que uno tiene…Qué felicidad por dios!!! O serían las hormonas de la adolescencia???
    En cualquier caso, después de aquello, yo que era la más fuerte del universo, pasé a llorar con todas las películas romanticonas…

    Un beso fuerte y feliz Navidad!!

  2. Gracias por tus palabras, Eva. Eres un sol

    Igual son esas hormonas de la adolescencia las que nos llevan a ese estado y por eso ya de mayores no volvemos a sentirlo. Y seguramente por eso no lo olvidamos, porque en el fondo sabemos que no volveremos a sentirlo.

    Un besazo y felices fiestas!!

  3. Se que me repito y probablemente esto ya lo habré dicho más de una vez, pero lo que sentimos por las personas, y a veces por las cosas o lugares, tiene una parte causada por la persona y otra, la más importante, que depende de nosotros.

    A fin de cuentas, somos nosotros los que sentimos. El amor hacia la gente no lo generan ellos sino nosotros (esto no debemos olvidarlo nunca) y lo proyectamos en la otra persona.

    A mi también me pasa lo que comentáis, me pasa, me ha pasado y me pasará. Pero intento recordar que puede volver en cualquier momento porque esos sentimientos no son exclusivamente generados por esas personas, sino por mi. Así que en realidad no he perdido nada, sólo lo tengo guardado y en el momento que corresponda (por señales o por lo que sea) saldrá de nuevo.

    Un abrazo

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