Del día que Steve Jobs conoció a Bob Dylan
Como ya sabéis ando leyendo la biografía oficial de Steve Jobs, esa que se ha publicado hace cosa de un mes y que está basada en nosecuantas entrevistas al propio Steve Jobs y mucha gente de su entorno, tanto laboral como personal. Confieso que es la primera biografía que leo y tenía ciertas reticencias. Me preocupaba que se centrasen en la parte más morbosa y de cotilleo, cuando lo que a mi más me interesa es la parte profesional, pero no está siendo así.
No me voy a extender hablando sobre el libro, pero sí os digo que todo lo que cuenta a nivel personal es necesario para entender muchas cosas como profesional, como visionario e incluso sobre su muerte, que parece que pudo haberse retrasado de no haber sido el Tito Steve tan especial. Sólo os diré que me está encantando. Tanto la parte personal como la parte empresarial me parecen fascinantes. En algunos capítulos lo considero un genio descomunal y en otros un déspota impresentable, incluso un loco o un tipo de lo más corriente. Como os dije el otro día en el post sobre Amadeus, esos genios capaces de lo mejor parecen muy dados a saltarse toda norma. Y dentro de esta variedad de sensaciones que me produce, leí el domingo este párrafo que me llamó especialmente la atención. En el libro aparece destacado como una cita textual del propio Steve Jobs y nos narra el primer encuentro con uno de sus referentes de toda la vida: Bob Dylan.
Nos sentamos en el patio situado fuera de su habitación y estuvimos dos horas hablando. Yo estaba muy nervioso, porque él era uno de mis héroes, y me daba miedo que dejara de parecerme tan inteligente, que resultara ser una caricatura de sí mismo, como le ocurre a mucha gente. Pero quedé encantado.
Que tú, querido lector, yo o cualquier persona del montón (con todo el respeto del mundo que yo también soy del montón) nos pongamos nerviosos al conocer a una celebridad, a uno de nuestros ídolos, me parece bastante normal, pero que Steve Jobs se ponga también nervioso no me lo podía imaginar. Que no hablamos de que lo conociera siendo un chaval, que ya era el Steve Jobs de su segunda temporada en Apple, forrado de pasta y alguien que seguro la gente se ponía nerviosa al conocer en persona. Por supuesto, deja también ese poso egocéntrico en el que su miedo era decepcionarse, pero también es normal.
A mi esta sencilla escena me ha parecido una de las que humaniza tremendamente al Tito Steve. Porque puede estar dirigiendo una empresa que vale cientos de millones de dólares, salir a un escenario siendo consciente de que millones de ojos lo estarán examinando, pero no deja de ser una persona normal, con sus miedos, inquietudes e incluso sus héroes.
O quizás este párrafo me ha gustado tanto por algo tan sencillo como que esta escena me ha recordado a una que viví no hace mucho. Salvando las distancias, que ni yo soy Steve Jobs ni la persona que conocí tiene un Principe de Asturias, pero si sentí ese y otros miedos como los que describe el Tito Steve. Y, al igual que él, quedé encantado con el encuentro.
Por suerte o por casualidad, yo también me he encontrado a personas «importantes» en mi vida.
Creo que la clave está en ser natural y yo para ello aprovechó la sensación de que es alguien que me es familiar y que parece que conozco… a veces incluso tengo la sensación de que ellos me deben conocer a mi.
Así uno se comporta como es e intenta relacionarse persona a persona y no como un fan.
Lo que comenta Steve de la posible decepción, también es algo que asumo, puesto que a las personas famosas que uno admira, lo hace por las facetas públicas de las mismas, no por ellas mismas. No se les puede pedir ser perfectos, hay que admitir que no sólo no lo son sino que podemos ser diametralmente opuestos en muchos aspectos… y ello no debe desmerecer los motivos por los que lo admiramos.