La foto

La foto

El otro día estaba en el despacho de mi jefe, esperando que dejase de hablar por teléfono, y vi una foto que me llevó a una llamada y que me lleva ahora a escribir este post. Es una foto con un punto de nostalgia y tristeza, pero con un fondo de alegría por alguien y por el recuerdo de una época de mucha felicidad. Porque hoy suelo hablar con rabia, pena o tristeza de mi trabajo, de lo mal que suelo encontrarme, del poco compañerismo, etc… pero no todo el tiempo es así y, sobre todo, no siempre ha sido así.

Hubo un tiempo, el tiempo al que corresponde aquella foto, en que el ambiente era muy distinto. Donde el mucho trabajo no era sinónimo de ira ni de mal ambiente. Un tiempo donde al salir del trabajo tomábamos muchas veces una o dos cervezas. O si el trabajo se complicaba y teníamos que quedarnos hasta tarde, no se nos pagaban las horas extras, pero se nos «sobornaba» con un par de medias de Mahou y nos quedábamos trabajando lo que hiciera falta, mientras reíamos y lo pasábamos bien, porque trabajo y diversión no estaban reñidos. Un tiempo donde levantarse para ir a la oficina no me costaba la vida, porque iba a trabajar en un ambiente agradable.

Y esa foto que vi es la imagen congelada de ese momento, tomada en el bar donde tantas cervezas y tartas de cumpleaños compartimos. Yo estoy a la izquierda de la foto, con unos años menos. Pero, sobre todo, con un buen puñado de malos ratos laborales de menos. Sonriente y feliz, con el brazo sobre los hombros de la chica de la imagen de arriba. Y a la derecha está mi jefe. Si, ese del que tanto os he hablado, también sonriente y feliz con la mano sobre el hombro de ella. Y en el centro, Nataly. Sonriente también, como todos, porque todos éramos felices en aquella época y no nos costaba nada sonreír, porque nos sentíamos sonrientes.

Y ya os he hablado en alguna ocasión de Nataly. Una de las mejores personas que he tenido la suerte de conocer nunca, probablemente la mejor. Una persona todo corazón a la que quiero con locura, pese a no verla todo lo que debería. Y creo que precisamente cuando pasas meses sin ver ni hablar con una persona y cuando la ves es como si no hubiera pasado el tiempo, es señal inequívoca de que algo funciona, de que hay química. Y con Nataly tengo química. Supongo que me entendéis, no me refiero a nada «amoroso». Me refiero a una amistad profunda, a tener un cariño tremendo el uno por el otro. Porque sí, porque lo valemos. Porque nos queremos. Y no porque nos busquemos cuando estamos mal, sino porque nos buscamos muchas veces precisamente cuando estamos bien, porque queremos compartir un buen momento. Y siempre nos reímos y siempre hablamos hasta por los codos.

Y podéis imaginar lo que era trabajar con alguien así. Alguien a quien echar una mano cuando lo necesitaba, que te la echaba a ti sin pedírselo, formando un equipo perfecto. Y hablando cuando se podía hablar, trabajando cuando se debía, con mi jefe feliz porque confiaba plenamente en nosotros (que tiempos aquellos) porque sabía que, aunque metiéramos alguna vez la pata, sacaríamos el problema adelante. Pero sobre todo porque Nataly sabía darle esa tranquilidad que nadie más ha sabido darle en el trabajo. A él y a todos nosotros. Porque todos disfrutábamos trabajando a su lado. Sólo una persona se acerca a ese punto, pero nadie ha llegado a ese nivel de confianza y tranquilidad que Nataly nos daba.

Pero eso acabó. Porque ella es magnífica y sabía que trabajar en una oficina no era su destino, no era lo que ella quería. No sabía qué quería, pero sabía que no era esto. Y se marchó. Por la puerta grande. Dejándonos a todos con un tremendo dolor por perderla como compañera, a la vez que una tremenda alegría porque sabíamos que era lo que tenía que hacer. Y sabíamos que no podíamos retenerla aquí enjaulada.

Por lo que sé, no hubo oferta económica, no hubo intento de retenerla por parte del jefe. Todos sabíamos cuales eran los motivos y que lo único que podíamos hacer era alegrarnos por ella. Y eso hicimos. Y se marchó al extranjero, y estuvo buscando eso que realmente quería hacer, y finalmente lo encontró. Y volvió a Málaga y se puso manos a la obra hasta conseguirlo. Y en ello está, haciendo algo que la llena. Por supuesto no es en una oficina cogiendo el teléfono, está ayudando a los demás. Porque Nataly es de esas personas que tiene que ayudar a los demás, de las que tiene un corazón enorme y tiene que entregarse.

Y no me quito de la cabeza esta idea: He conocido buenas personas, pero a día de hoy ninguna tanto como Nataly. Y ojalá ese momento de la foto siguiera hoy, pero estoy convencido de que si se hubiera quedado, toda esa felicidad y paz interior hubiera desparecido. No por culpa de este trabajo en concreto, no por culpa de mi jefe ni los malos rollos que ahora vivimos. No tiene nada que ver con esto: ella misma no hubiera sido feliz. Y no me queda otra que alegrarme profundamente por ella, porque estando fuera puedo seguir viendo de vez en cuando a esta Nataly a la que adoro.

Obviamente, no puedo poner la foto que inspiró este post. Los que conocéis a los personajes sabéis quienes son y no la necesitáis. Los demás, supongo que entenderéis que no coloque una foto de mi jefe en este blog.

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