El Comité – Frankfurt

El Comité – Frankfurt

Domingo,  16 de Julio de 1961

La vida con Heidi es paz. Cuando estoy con ella no parece haber males ni preocupaciones que no tengan solución con una sonrisa o con una de sus caricias. Estar con Heidi es lo más cercano que puedo imaginar a estar en el cielo.

Ayer le propuse perdernos este fin de semana y Heidi ni lo dudó. Saco una pequeña maleta del armario y en aproximadamente 2 segundos estuvo llena de todo lo necesario para desaparecer dos días. Ni tan siquiera preguntó donde íbamos. Tampoco hubiera sabido que responder. Sólo sabía que me apetecía perderme con ella. No sé como organizó la maleta, una para los dos, pero en menos de media hora estábamos en el coche.

Nos pusimos en marcha sin rumbo y en espera de alguna señal que me dijera donde encaminar mis pasos. De repente vi un cartel con indicaciones para Frankfurt y decidí que ese sería nuestro destino. La casa de sus padres a las afueras de la ciudad donde Heidi se había criado. Bueno, lo de criarse es un decir para alguien que bien joven comenzó a viajar para formarse. El plan surgió perfecto y natural y allí nos encaminamos. El tiempo sin duda acompañaba a un fin de semana de paseos sin prisa.

Si mi memoria no me traicionaba los padres estaban en Cuxhaven pasando unos días en la casa de veraneo antes de que la ocupáramos nosotros a primeros de agosto. Por suerte no me traicionó y contamos con la casa de Frankfurt para nosotros todo el fin de semana. Ni que decir tiene que en caso de haber estado sus padres hubiera sido una reunión familiar o simplemente hubiéramos comido con ellos y emprendido regreso, pero no fue necesario.

Heidi reconoció el camino rápidamente y aunque se le encendieron los ojos intentó disimular su ilusión. Le encanta su ciudad. Disfruta contándome mil cosas de su infancia. Recuerdos en cada rincón, cada parque, cada calle. La infancia de Heidi, por todo lo que siempre me ha contado, fue muy feliz. Frankfurt no es demasiado grande y además ellos han vivido siempre en una zona residencial que es prácticamente un pequeño pueblo. Los vecinos se conocen, las puertas de las casas suelen estar abiertas, las fiestas entre vecinos son habituales, los niños juegan en la calle sin cuidado de sus padres… Nadie puede tener una mala infancia en ese lugar.

Lo primero que hicimos fue pasar por casa de Margot, la anciana vecina de los padres de Heidi, a recoger la llave. La fuerza de esa anciana abrazándonos no se corresponde con ese cuerpo de edad indeterminada entre 80 y 200 años. Se alegró mucho de vernos, nos hizo las mil preguntas de cortesía habituales y nos dio las llaves intentando por todos los medios que le prometiésemos que íbamos a cenar con ella. Mentimos con cortesía diciendo que teníamos un compromiso pero que el domingo desayunaríamos con ella. Mal asunto porque los desayunos así se convierten en almuerzos a poco que te descuides, como así ha sido esta mañana. Hemos salido a las 3 de la tarde de allí con la firme idea de haber comido para una semana.

Pasamos la tarde del sábado en paseando por Frankfurt. Pese a los años que hace ya que nos conocemos siempre vamos cogidos de la mano, del brazo o directamente abrazados. Con decoro, pero visiblemente enamorados. Cualquiera que nos vea desde fuera ve una pareja de recién enamorados, de esos que están en los primeros meses. Así nos mantenemos sin esfuerzo alguno. Nos queremos, nos gusta ir cogidos, me gusta sentir su mano y acariciarla mientras paseamos. Me gusta besarla en el cuello cuando se gira para enseñarme algo. Siempre parece sorprenderse y siempre se sonroja.

Pasamos por la puerta de su primera escuela. Se entretuvo en contarme una vez más historias de su profesora, de sus compañeros, del chico que le gustaba (justo el único al que no le gustaba ella, claro). Su cara se iluminaba. Todo lo gris que se cierne sobre nosotros en Berlín desaparece bajo ese sol y con esa calma. Sus abortos, El Comité, el Muro, Olga… Si, por desgracia mi historia con Olga, sea lo que sea y por mucho que disfrute mis encuentros con ella, es parte de esa nebulosa que anda en mi cabeza. Disfrutar tanto con Heidi y pensar en Olga me hace sentir mal. No entiendo que me pasa con ella. No me imagino bajo ningún concepto pasando una tarde con ella como la que pasé ayer en Frankfurt. No me imagino dando esos paseos, esas confidencias, esas caricias. Siento que traiciono a las dos.

Siento que traiciono a Heidi no sólo cuando estoy con Olga sino cuando estoy pensando en ella mientras paseamos a tantos kilómetros, donde se supone que sólo deberíamos estar los dos. También siento que traiciono a Olga cuando tomo conciencia de que jamás sería mi pareja, que lo nuestro es puro deseo. No me parece justo, siento que la utilizo, pero por otro lado sé, o eso quiero pensar, que ella es consciente y que en cierto modo también me utiliza. Somos adultos, sabemos donde estamos. Nunca me ha pedido nada. Asume su rol de «la otra». Que poco me gusta esa expresión pero no se me ocurre otra forma mejor de decirlo.

Por suerte estábamos en Frankurt y esos pensamientos fueron fugaces. El sol de Julio era agradable y mi mente se fue limpiando hasta quedarme solo con Heidi. Decidimos pasar la noche en casa, en ese maravilloso porche que se llena de sol al atardecer y de estrellas cuando el sol se ha ido. Compramos un par de botellas de vino, algo de queso, pan y algo de embutido. Un pequeño picnic para dos, no necesitábamos más. Y viva la noche.

Vimos la puesta de sol en silencio ambos, con una copa de vino en la mano disfrutando de un espectáculo inigualable. Siempre me han fascinado las puestas de sol y me siguen fascinando. Mientras el sol se iba poblando de estrellas la conversación fluyó. Las caricias son constantes entre Heidi y yo en esos momentos. No nos miramos mientras hablamos, sólo nos tocamos.

Y entonces surgió la gran pregunta y una conversación dura aunque necesaria. Hablamos sobre ella. Hablamos de nuestro proyecto de familia frustrado. Hablamos de la culpa que sentía. Una conversación que estoy pensando que no me apetece recordar ahora. Ha sido un gran fin de semana. Hemos disfrutado, reído, llorado… hace falta de todo. Hay conversaciones necesarias aunque resulten duras. La del sábado por la noche ha sido de esas pero de momento prefiero aparcarla. Mañana va a ser otro de esos lunes intensos. Necesito dormir con pensamientos agradables en la cabeza. Mañana será otro día.

Me apunto recordar esa conversación. No me arrepiento de haberla tenido, pero ahora no tengo ganas de volver a revivirla. Nota mental, Fritz: Hablar sobre la culpa.


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