El Comité – Epilepsia

El Comité – Epilepsia

Viernes,  21 de Julio de 1961

Al final he decidido dejar la reunión con los compañeros para el martes. Hoy tenía demasiada tarea en la oficina por la mañana, entre otras cosas haciendo el recuento de barricadas disponibles, calculando lo que medirá mi parte del muro, los puntos sensibles a vigilar, los hombres necesarios… Son tareas que obviamente no puedo encargar a nadie y me las tengo que comer yo. Confieso que me he aburguesado un poco y estoy acostumbrado a dejar estas cosas rutinarias a mi personal. Eso de calcular distancias en el mapa, acudir a los archivos a comprobar stock de barricadas y demás me está viniendo algo largo.

Además quería citarme con el médico de Heidi esta tarde para hablar de su epilepsia y especialmente de su medicación. El ataque del lunes ha sido la excusa perfecta para tener una consulta privada con él además de un recordatorio sobre ese tema en el que no había caído. A veces pienso que soy más simple que una ameba, como la cigarra de la fábula. No pienso demasiado, no analizo mucho más allá del momento actual y demasiadas veces no veo lo que está por venir. Así luego me pasa lo que me pasa aunque también puede que sea en parte la razón por la que suelo considerarme una persona razonablemente feliz. Si estoy bien lo estoy y no analizo los males por venir. Y digo los males porque tengo una tendencia innata a pensar siempre lo peor. Seguramente por eso está activado ese mecanismo de defensa personal que me impide pensar demasiado.

Para el tema de la medicación podía haber recurrido a Heidi para saber qué toma, dónde lo compra, etc…. pero no quiero hacerle aún preguntas que puedan ponerla sobre la pista. Heidi no tiene un pelo de tonta y si los rumores sobre el muro andan por las calles seguro que ella también los conoce. Su discreción le impide hablarme del tema, claro, pero si le doy pie haciendo preguntas sospechosas sé que atará cabos y me veré obligado a contarle algo más. Aún no debo. Hasta que no lo tenga todo cerrado no puede ser.

Tampoco tenía muy claro cómo abordar a su médico. Concertar la cita con Gustav fue sencillo, para eso cobra bien, para estar disponible cuando se le necesita. Puede quedar con él a las 5. Está cerca de donde trabaja Heidi así que la recogería al salir sin problemas para que no hubiese ninguna pregunta. Esa era la parte fácil. Lo difícil sería preguntar por la medicación y como plantearle si es fácil de conseguir en nuestro Berlín.

Hacia tiempo que Gustav no me veía y me saludó efusivamente. Hubo un tiempo, cuando le descubrimos y empezó a tratar a Heidi, que nos veíamos con frecuencia. Yo acudía a cada revisión y fue él quien me explicó todo lo que sé sobre la epilepsia, esa no demasiado rara enfermedad que padece Heidi. Él me dio esa vara de goma que guardamos en la cómoda para cuando sufre ataques fuertes. El me explicó que no estaba loca ni poseída por ningún demonio como se creía hacía no muchos años y mucha gente sigue pensando, que es sólo una enfermedad neurológica. Me contó que es difícil que Heidi mejore pero bastante probable que con los años empeore. Es mas que probable que además de ser más frecuentes sus ataques con la edad derive a otro tipo de enfermedades mentales como el Alzheimer o la demencia, aunque no está demostrado.

Me enseñó a mantener la calma cuando Heidi se convierte en ese ser desconocido asaltado por las convulsiones. A ser frío, cuidar que no se haga daño en la boca, que no caiga al suelo, a sujetarla lo mejor posible, a asumir que son cosas normales. Es difícil a veces, muchas veces, mantener esa calma cuando ves a tu esposa rubia, delicada, simpática comenzar a convulsionar con una fuerza que nunca he sabido de donde puede salir. Cuando en mitad de un restaurante comienza a tirar la mesa y todo lo que hay a su alcance, cuando la veces más de una vez orinarse encima mientras sufre los espasmos. Es difícil y duro verla en ese estado. Sobre todo por ella, porque en esos momentos es cuando más me puede necesitar.

Gustav no se extrañó por mi visita sin Heidi, no era la primera vez que acudía solo a por información al margen de Heidi. Charlamos unos minutos le conté el ataque del lunes y me interesé por esa nueva medicación que estaba tomando. El ya sabía que hacía meses que no sufría ataques, por las revisiones periódicas que le hace, y me habló de esos fármacos. Son experimentales y sólo unos cientos de pacientes a nivel mundial están participando en esa fase de pruebas. En cuanto recibió la información supo que Heidi era la candidata perfecta y accedieron a incluirla en el proyecto, que por lo que sabía estaba consiguiendo en el 99% de los casos unos resultados increíbles.

Esas palabras me tranquilizaron y se me debió ver porque Gustav continuó dando datos que no hacían más que calmarme. Ella era la única paciente suya con ese tratamiento y de hecho, aunque era información supuestamente confidencial, la única paciente en todo Berlín. Cada mes le llega de un laboratorio londinense una valija con la medicación. Es una valija médica que tiene tratamientos de favor en aduanas y que se transporta con unos protocolos especiales. Heidi pasa cada 30 días a recogerla y además no tiene ningún coste al tratarse de un tratamiento experimental.

No tienes que preocuparte por nada, Fritz. Pase lo que pase, seguirá recibiendo la medicación.

Se me ha quedado grabada esa frase. No pudo ser más claro sin decir nada concreto. Pase lo que pase. Sencillo. Directo. Claro. No hay más preguntas señoría. Él sabía lo que necesitaba escuchar. Sabe lo que está pasando. Sabe, como al parecer todo el mundo sabe en Berlín, que en breve se construirá un muro que dividirá la ciudad en 2. No sé a qué tanto secreto con El Comité. Está claro que El Muro es un secreto a voces. Sea como sea para mí ha sido perfecto. Sé que en ese aspecto no tengo que preocuparme por Heidi, un problema menos, uno de los importantes.

Sin duda esta visita a Gustav me ha reportado mucha más satisfacción que mi picnic de ayer con Erich. He salido tranquilo, sonriendo por la calle como un bobo. Por fin buenas noticias. He recogido a Heidi y hemos comprado vino, hemos cenado y bebido tranquilos en casa y hemos hecho el amor. Ha quedado dormida como un bebé y me he lanzado a escribir esto porque tenía ganas de escribir de una vez buenas noticias.


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