El Comité – Viernes

El Comité – Viernes

Viernes, 2 de Junio de 1961

Siempre que puedo me escapo los viernes un poco antes. Puede que no esté dando el mejor ejemplo entre mis compañeros y subordinados. Siempre he pensado que un jefe debe ser el primero que llegue y el último que se vaya. Y si no está allí desde primera hora debe tener una razón más que justificada para ello, como una reunión o una enfermedad seria. Procuro cumplir esa máxima pero también procuro mantener este pequeño capricho de huir los viernes un poquito antes.

Sin excesos, pero procuro salir a comer y ya no volver. Ese día además es el único entre semana que como en casa. Heidi conoce mi pequeño vicio de sobra y me deja siempre preparado algo de comer. Ella no se escapa y sale a eso de las 6 como cada día. Procuro ir a recogerla al Ministerio donde ahora trabaja. Que rabia me dio cuando la trasladaron, pero entiendo que es un activo muy importante y fue un gran promoción para ella. Tanto en lo económico como en lo referente al reconocimiento a su labor.

Los viernes siempre me deja algo preparado por la mañana en alguna cacerola o en el horno listo para dar un último toque y comer. Soy un inútil absoluto en la cocina, eso quedó claro desde el principio. Las tareas domésticas eran de los dos. Ninguno creemos en esas cosas antiguas de que la mujer debe ocuparse de las tareas del hogar. Si los dos convivimos y los dos trabajamos, los dos nos organizamos para atender la casa. Pero la cocina siempre se me ha resistido. Alguna vez que he querido sorprenderla haciendo alguna receta que me habían contado hemos acabado cenando en un restaurante. Hoy, por el olor que he notado esta mañana, deduje que se trataba de algún tipo de carne con algo de verdura en la sartén. Algo rápido.

Me tomo siempre mi tiempo para llegar. Desde las 2 que salgo, a apenas 30-40 minutos a paso normal desde la oficina, suelo dedicar más de una hora. Paseo, disfruto el sol cuando le da por aparecer, saludo a los vecinos, paro a comprar la reserva semanal de mi tabaco para la pipa en mi tienda de siempre, compro alguna botella un poco especial, que se note que es viernes, y paso por alguna librería a ver si hay alguna novedad para Heidi o para mi…

A veces me detengo en la tienda de modelismo para ver las novedades. Parece que por fin se ha puesto de moda el modelismo naval. Hay auténticas maravillas. Veleros reproducidos hasta el más mínimo detalle. Las velas, las cuerdas, todos los aparejos… Maik, el dependiente, ya me conoce y siempre me saluda. No imagino a nadie mejor para estar al frente de esa tienda. Una persona mayor, unos 60 años, calmado, sin apenas pelo ya y que debe llevar en esa tienda toda la vida. Cada movimiento suyo va cargado de la tranquilidad y meticulosidad que requiere el modelismo. Habla además con pasión de cualquier nueva adquisición. Yo creo que no trae los modelos para venderlos sino por su propio placer.

Sabe que nunca compro ninguna. Como mucho me llevo alguna pieza, cola o pintura para la carabela que tengo en el cuarto del bebé desde hace meses, puede que incluso un par de años. Apenas le dedico tiempo, pero sé que algún día la terminaré. Charlamos un rato de los nuevos modelos, le miento diciéndole que he avanzado mucho en mi réplica de la Santa María, me da ánimos y me dice que a ver si algún día le invito a verla.

Efectivamente eran un par de filetes con algo de brócoli lo que me encontré en la sartén al llegar. Calentón rápido, comer y me dispuse, como cada viernes, a dedicar un rato a mi maqueta. «De hoy no pasa», me digo cada viernes. Me siento en el diván, me pongo a repasar la correspondencia de la semana. Sobre la mesa había también una de esas revistas que lee Heidi sobre literatura. Me puse a hojearla y cuando volví a mirar el reloj eran ya más de las 5. Nada, otro viernes sin pegar ni una pieza de la maqueta.

Cambié el uniforme por un traje cómodo y me fui a recoger a Heidi. La tarde era cálida. Se prevé un bonito mes de junio. Cuando salió agradeció verme. Tenía que comprar un regalo para Olga y le apetecía pasear conmigo. Y así, de compras, cogidos del brazo como lo que somos, dos enamorados, pasamos el resto de la tarde del viernes.

Cenamos en casa, ligero, nos bebimos el vino que había comprado, charlamos de lo divino y lo humano, nos acariciamos, hicimos el amor y nos quedamos dormidos.

Estos ataques de insomnio mío son cada día más habituales. Y cada vez es más habitual que acabe levantándome a leer o escribir. Hoy ha tocado escribir. Esto me relaja y creo que ya va siendo hora de volver a intentar dormir. Suerte que mañana no madrugamos.


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