Calle Goya
Pasé el otro día por calle Goya, una calle bastante conocida de uno de los barrios marineros tradicionales de Málaga, Huelin. Es un barrio superpoblado. Apenas quedan algunas pequeñas casas bajas casi sepultadas entre moles de hormigón. Un barrio que ya surgió con origen de ser descanso de los obreros allá por finales del siglo XIV. Un barrio clásico de Málaga, lleno de gente obrera, bares, mercados, tiendas de todo tipo… un barrio de los de siempre, lleno de vida.
La calle Goya es una de las que lo vertebran. Está más o menos a la mediación del barrio, con supermercados, comercios de todo tipo y mastodónticos edificios a cada lado. Pero todo esto que os cuento es una mera introducción para deciros que en esa calle concluyó mi primera gran juerga estudiantil.
Finales de los 80 y yo estaba aún terminando mi FP de informática de gestión. 3 años que sirvieron de poco en lo estudiantil porque los primeros se dedicaban a estudiar un Basic que yo conocía casi más que el profesor y los últimos un COBOL a unos niveles tan básicos que la primera prueba que hice para un trabajo me pareció que me estaban hablando de algo totalmente diferente. Tres años que fueron un paseo y de los que saqué un título algo inútil y unos cuantos buenos recuerdos de buena gente.
Si la memoria no me traiciona fue una comida de despedida de Navidad. Yo no era en absoluto popular, nunca lo he sido en ninguna parte. Más bien era uno de los marginados habitualmente. Un tanto friki, gordito, no muy ducho en relaciones sociales. Durante EGB fui presa fácil para el acoso por parte de otros compañeros pero eso ya iba quedando atrás. Además había por fin niñas en clase y eso contribuía a esforzarse uno más por socializar. Hasta perdí unos kilitos y me creía algo mono.
No era el más popular, ni siquiera estaba cerca de estar con los populares, pero al menos conseguí formar parte de un grupo divertido. Celso, Soto, Becerra, Encarni, Pepa, Angel, Antonio… y algunos más de cuyos nombres no puedo acordarme, hacíamos «piardas» juntos para irnos a tomar alguna CocaCola en los jardines de la iglesia de Carranque y echar alguna partida al futbolín. Esos bocadillos de Mortadela Mina, jamás ha vuelto a tener el mismo sabor que en aquellos años y en aquella tienda de barrio.
Llegó Navidad y organizamos una comida de despedida del año. Quedamos en una pizzería junto al Teatro Cervantes, Mamma Mía, que creo que ya está cerrada. Comimos y bebimos sangría. Y salimos contentos de allí. Muy contentos. Yo aún no tenía coche pero un par de compañeros sí así que no sé porque razón decidimos no quedarnos en el centro de Málaga, zona habitual de copas post-comida, y acabamos en una Campana en la Avenida de la Aurora, algo más cerca de nuestro habitual instituto. Varios vivían cerca y supongo que por eso fuímos allí.
Para los que no sois de Málaga, La Campana era, ahora menos, una bodeguita de las de antes, de las que cantaron Danza Invisible en esta canción. Hoy apenas queda la Casa del Guardia original y precisamente esa campana donde estuvimos aquel año, aunque no suele tener la vida de antes. En aquellos años eran un sitio muy habitual tanto para la gente mayor como para los jóvenes para tomar vinitos dulces y cerveza baratos. El ambiente de esas bodegas es indescriptible. Suelo pegajoso por los vinos derramados, olor a vino rancio, barriles enormes con muchos tipos de vinos (moscatel, pajarete, pedritos… ) Y allí estuvimos otro buen rato riendo y bebiendo.
Una de las chicas se puso especialmente mal y decidimos acompañarla a casa. Era de un pueblo y tenía alquilado un pequeño piso de estudiantes con otra compañera. Sí, habéis adivinado, el piso de alquiler estaba en calle Goya.
No íbamos a dejar que se fuera sola así que nos metimos en el coche que quedaba y nos fuimos. 9 personas. Un coche. Seat Panda. No olvidaré en mi vida ese viaje de poco más de un kilómetro por la ciudad. 9 personas. Uno en el maletero, como se enfadó cuando le tocó ahí pero era el único que cabía. 5 personas en los asientos de atrás, 2 en el asiento del copiloto, más el conductor. Y por supuesto todos borrachos en mayor o menor medida. Eran definitivamente otros tiempos… y teníamos otra edad.
Apenas recuerdo ese piso de calle Goya pero lo tengo en mente como algo oscuro. Recuerdo que subimos todos pero la otra chica fue la única que se quedó un poco más y la metió en la cama. Otro compañero le subió un zumo de tomate con pimienta (ahí empecé a escuchar por primera vez de remedios para las borracheras pero yo no sé si sirvió). Yo me recuerdo tomando un café y caminando poco después solo hacia mi casa, cuando ya nos dispersamos.
No recuerdo mucho más, pero ya es mucho. No me acuerdo de nada de esto cuando paso por La Campana, ni por el Teatro Cervantes, ni siquiera cuando paso por la plaza de Carranque o incluso el instituto. Sin embargo es pasar por calle Goya y todos estos recuerdos salen en avalancha.
Lo que siempre digo, ¿verdad? Que la memoria es extraña.
Ay los recuerdos, que curiosos pueden ser…
La mente trabaja rara, pero trabaja 🙂