Leer

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Supongo que siempre me ha ocurrido lo mismo, pero confieso que no me había dado cuenta hasta que leí 1Q84. Y también supongo que a todos los que leéis os sucederá lo mismo. Cada libro que veo lo visualizo. Pero mucho, totalmente y casi desde la primera página. Y además estoy llegando a la determinación de que si eso no sucede, ese libro no está hecho para mí. Me ha sucedido últimamente con La chica mecánica, que lleva meses cogiendo polvo en la estantería sin que me decida a meterle mano en serio porque me aburre. O recientemente con Un lento aprendizaje. Que me perdone la Pynchoniana Number 1, Marta Fernández, si lee esto pero lo único que me ha gustado de ese libro de Thomas Pynchon ha sido el prólogo, porque los dos relatos y medio que leí no me engancharon lo más mínimo.

Y es que hay libros que no consiguen atraparme, que no consiguen que los visualice, que los imagine. Y me resulta curioso ver como esto sucede en rápidamente. Por ejemplo, ahora estoy enfrascado con El guardían entre el centeno, de J.D.Sallinger, y desde el primer instante empecé a imaginar el libro como una película de cine negro, escenarios oscuros, noche, humo y una voz en off narrándome la historia en plan policía quemado de la vida con la voz rota por el tabaco y el alcohol. Aunque el protagonista es un chaval hasta donde llevo leído, esa es la imagen y el look con el que voy viendo ese libro.

Creo que me he dado cuenta de esto por ese 1Q84 porque las imágenes que me traía eran de anime. Supongo que, más o menos, leer un libro para mi es como ver una película y mientras imaginaba películas o imágenes de uno u otro estilo no me daba cuenta, pero al leer ese libro (seguramente por estar ambientado en Tokio y por ser de un autor japonés) imaginaba continuamente personajes de anime, planos de ese tipo de películas, su iluminación… Fue una sensación muy extraña leer ese libro (aún me falta la tercera parte) y «ver esa película».

Pensando en eso y sintiendo esa extraña sensación, eché un poco la vista atrás a las últimos libros que había leído y es cierto que con todos me había pasado que veía imágenes. En la mayoría normales, como cualquier película, pero algunos de los que más me habían gustado por originales me habían traído imágenes «extrañas», como ese 1Q84 o, por compensar mi sacrilegio Pynchoniano de antes, El arco iris de la gravedad. Recordando las imágenes que me evocaba en general me di cuenta que era como vivir en un Dalí. La realidad se distorsionaba y todo parecía flexible. Nada fuera verdad o mentira, como en el cuadro que ilustra el post. Una sensación extraña pero muy placentera porque os aseguro que no fue un análisis consciente sino que mientras leia el libro eran imágenes de ese estilo las que acudían a mi mente.

En definitiva, y ya cierro este post surrealista, que siempre se ha dicho que un libro es una puerta a otros mundos. Lo único que ahora tengo claro es que hay puertas que no me gustan lo que se descubro cuando las abro y, habiendo tantísimas puertas por abrir, no voy a dedicar tiempo a esos libros que no me enganchen desde el primer capítulo.

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