El Comité – La última reunión

El Comité – La última reunión

Viernes,  18 de Agosto de 1961

El comité ha sido clausurado esta mañana. Y yo que me alegro mucho. Poco pintamos ya un grupo de oficiales sin apenas mando reunidos de vez en cuando en mi despacho o sala de juntas. Poco pintamos ya los que hemos indicado dónde debe construirse ese muro que están edificando obreros y soldados por todo Berlín. Poco pintamos ya un grupo obsoleto, una especie de pañuelo de papel de usar y tirar. Ya no pintamos nada porque nada, o poco, de lo que digamos será tomado en cuenta. Ya son las altas esferas y el ejército los que mandan. Nuestra misión ha terminado. Sólo resta intentar calmar un poco a los civiles, poco más.

Y claro, según Erich y demás nos hemos ganado un reconocimiento. Walter ha decidido otorgarnos a los 9 integrantes de El Comité, descontando al Hombre de Moscú, Walter y Erich, la orden patriota al mérito. Una medalla con su diploma correspondiente que reconoce nuestros servicios a la nación como grandes patriotas y nuestro gran trabajo. Allí mismo nos las ha dado. Impuestas en las solapas de nuestras chaquetas y acompañadas de su diploma y un apretón de manos.

Venían en un pequeño maletín. No son muy grandes. Uno por uno nos ha llamado y nos la ha impuesto. No había bandas de música, desfile, soldados, aplausos, la familia… por no haber no había nadie que nos viera recogerlas. Nadie más que nosotros. Por mucho empeño que ha puesto Erich en darle un gran valor y en convertir ese momento en una celebración no lo ha sido. Ninguno, creo, la hemos recibido con alegría. Ninguno, creo, hemos durado más de dos minutos con ella puesta en cuanto Erich se ha marchado. Ninguno, creo, nos sentimos patriotas ni merecedores de medalla alguna. Y creo que el gobierno tampoco. Una medalla que se supone un premio no se da casi a escondidas en un despacho. Se da en el parlamento, en un palacete, en algún lugar público donde se nos reconozca ese mérito. Ni nos sentimos con mérito alguno ni lo ha parecido por lo que hemos visto. Un acto insípido y sin sentido.

Todos han guardado las medallas y diplomas en los maletines, incluido yo. No pienso colgar ninguna de las dos cosas en las paredes del despacho. Las guardaré en una caja pequeña y las esconderé en algún rincón escondido con la esperanza de que desaparezca. Así de patriota me siento.

Hacía ya un par de días que no tenía que inyectar el somnífero a Heidi pero hoy lo ha vuelto a necesitar. Se ha despertado hace un rato gritando y casi sin respiración. Llamaba, como siempre, a Olga. Ha tardado en volver en si y mientras lo hacía sus golpes han vuelto. Esta vez uno de sus puñetazos me ha alcanzado con fuerza en el ojo derecho, creo que mañana tendré un buen morado pero no es nada comparado con el dolor que me ha provocado ver como me apartaba cuando intenté abrazarla. No quiere saber nada de mi. Me ha dejado prepararle la inyección y ponérsela. Apenas 10 minutos después ha vuelto a dormir. Me iba a acostar en el sofá pero no quiero dejar de poner aquí nuestra reunión de despedida de hoy.

Y es que aparte de poner punto y final a El Comité oficial, los 4 que hemos mantenido reuniones aparte hemos decidido tomar unas cervezas para despedirnos. No creo que esta sea una experiencia que nos haya unido especialmente y que nos apetezca recordar o quedar para celebrar dentro de unos meses o años. No es esa la sensación con la que cerramos esta etapa de nuestras vidas. Creo que, como la medalla, todos vamos a coger estos meses y los vamos a guardar con llave en un rincón escondido de nuestros cerebros.

Me interesaba especialmente conocer si Uwe había estado al corriente de lo que pasaba con Lucía y Marco. Saber si había hecho las averiguaciones pertinentes y si les había afectado. A todos les habían aparecido algunos vecinos más con ganas de saber pero no demasiados. Sobre todo desde primeros de agosto ya nadie preguntaba, la gente se iba directamente. Fueron muchos miles de compatriotas los que fueron desapareciendo por diversas razones. Por supuesto no las conocíamos pero alguna historia nos llegaba. Todas eran personas preocupadas por su futuro en uno u otro aspecto. Su trabajo, familia, hijos, enfermedades, amores… de todo había. La familias que estuvieron a tiempo se unieron en Berlín Oeste. De no haber desplegado las barricadas cómo y cuando lo hicieron posiblemente no habría quedado a quien retener, todos estábamos de acuerdo en eso.

Como Uwe no lo contaba le pregunté directamente por Marco y Lucía. Él no había sido tan confiado como yo. Uwe sí que vio venir lo que iba a pasar sin equivocarse y nos confesó en voz baja y serena que le había confirmado a Marco la construcción de El muro para finales de año cuando fue a preguntarle y le contó la historia de Lucía. Marco se lo agradeció y le dijo que en cuanto pasara el verano pondría en venta su negocio y emigraría. Me entristeció pensar que al final, pese al riesgo que corrió Uwe desvelando un secreto de estado, no había servido para mucho por la rapidez en la construcción de El Muro, pero Uwe continuó.

El día 6, el domingo en que nos convocaron para la reunión urgente del lunes, mientras me traían desde Cuxhaven a mi casa, el buen Uwe había llevado en su propio coche a Marco, Rosa y Lucía al lado occidental. De noche, miró los turnos y localizó en qué paso fronterizo había alguien de su confianza para no tener problemas al pasar. De paisano se fue a buscar a Marco, no era difícil para nosotros localizar la dirección de alguien, y le hizo bajar a la calle para hablar con él aparte de su familia.

Le dijo que tenía un mal presentimiento. Que el muro se iba a construir antes de lo previsto, no sabía cuando pero era inminente, que los controles se había reforzado y que si quería realmente cambiar de ciudad era la única oportunidad que podía ofrecerle. No tenía, no teníamos, idea de que iba a pasar en unos días pero Uwe fue más intuitivo. Marco le pidió que le esperase 15 minutos para recoger lo básico y que irían con él al otro lado. Conocía gente que ya se había ofrecido a ayudarle si hiciera falta dejándoles una habitación para los tres. También había traspasado una buena parte de sus ahorros a una cuenta en la RFA. Sólo le quedaba vender el negocio, que no era tan sencillo. Aún así tenía un buen encargado y había dejado todo dispuesto de manera que si él se ausentaba, fuera un día o un año, Herbert se haría cargo de todo. Todo estaba preparado y todo se lo contó en el breve trayecto en coche. La frontera estaba cerrada pero el hombre de Uwe les dejó pasar sin tan siquiera hacer preguntas.

Uwe nos contó que se sentía desnudo al otro lado, que no sabía siquiera si iba a poder volver. Les llevó a la casa de los amigos de Marco y les dejó en la calle. Se despidió de Rosa con un beso en la mejilla que ella acompañó de un abrazo inmenso y un millón de gracias repetidas una y otra vez en su oído. Besó a Lucia en la cabeza. Ella no se enteraba de nada y su cara sólo reflejaba muchísimo sueño. Marco se fundió en un abrazo interminable con él. Uwe no encontró palabras para describirnos esa mirada y la sensación de gratitud que percibía en ese abrazo. Sólo sabía que estaba haciendo algo bueno, lo correcto. Eso era lo que debía hacer. Lo demás era acatar órdenes.

¿Porqué no hice yo eso con Olga? ¿Porqué no me la traje el día que fui a hablar con ella?. Mi excusa es que a diferencia de Marco no se había dejado convencer. Pero esa es mi excusa. Yo sé que debí insistir más. Sé que tenía que haberse venido conmigo en el coche. Me estaba engañando. Incluso al escribir este diario estos días atrás me he engañado. Sabía lo que iba a pasar y no debí dejarme convencer.

Yo conté para terminar mi historia con Olga. Obviamente la historia pública. Conté que Heidi me odiaba, que lo nuestro estaba roto, etc. Todos me consolaron, me dijeron que volverían los buenos tiempos, tomamos algún chupito más, alguna cerveza de más y cuando me quise dar cuenta estaba borracho y era de noche. Ni había ido a por Heidi, ni habíamos paseado, ni había vuelto a intentar reconquistarla… La tarde de viernes la había pasado con casi desconocidos que si me escuchaban, que me entendían, que compartían lo que había sentido.

Llegué a casa y encontrar a Heidi ya tumbada y un poco de pasta en la sartén preparada para que me la recalentase yo mismo y no tuviese que hablarle. Ese ha sido mi plan de viernes. Pasta recalentada y más cerveza. Dormirme un rato y al despertar volver aquí, a escribir, a desahogar. Otra noche casi en vela. Igual debería probar alguno de los narcóticos de Heidi para intentar dormir también yo. Dentro de un rato sábado. Primer fin de semana los dos juntos en casa, sin nada que hacer, desde que se construyó el muro y Olga desapareció de nuestras vidas. Y en nada domingo. Si pastas, sin Korn, sin Olga. Va a ser un fin de semana duro.


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