El Comité – Los días de Olga

El Comité – Los días de Olga

El sábado pasado terminó la reedición de El Comité en formato web. Antes de nada daros las gracias por el seguimiento que ha vuelto a tener y a los que os habéis animado a comprar el libro en Amazon. Pero hoy quiero publicar algo inédito, un fragmento de Los días de Olga, ese contenido adicional del que tanto os hablo y que sólo podéis encontrar en la edición impresa de El Comité.

ALERTA DE SPOILERS. AVISADOS ESTÁIS.

Como ya sabéis, los que habéis leído El Comité, Olga no llegó a tiempo para cruzar la frontera y el día que se levantó El Muro quedó atrapada en su zona de Berlín, separada de su hermana y de Fritz. Unos días después Heidi desapareció para unirse con ella. ¿Qué pasó durante esos días? ¿Cómo vivió Olga esa impotencia de no haber hecho caso a su familia y no haber cruzado la frontera a tiempo? ¿Llegó Heidi a volver a reunirse con su hermana para su cumpleaños?

Aquí os dejo un capítulo de Los días de Olga, ese contenido que sólo podréis leer comprando El Comité en Amazon. Pasen y lean.

Los días de Olga – La estación

Olga no podía creer lo que estaba viendo y viviendo. Anoche había escuchado alguna sirena y algo de tumulto pero no le hizo mucho caso. No podía ni imaginar que se debiera a que la construcción del muro había comenzado en ese mismo instante, que justo a esa hora mientras ella cerraba la última maleta que iba a dejar en casa preparada para volver a recogerla con el coche de Fritz hubiera una legión de soldados desplegando por toda la frontera las alambradas que la iban a separar de Heidi indefinidamente.

No podía creer que aquello estuviera sucediendo. Había cogido el tren junto a su casa, como hacía casi cada domingo para ir a ver a su hermana. Llegó puntual a la estación como siempre, el tren subterráneo en Berlín era maravilloso, con una puntualidad exquisita. Sólo notó que había más gente de lo habitual para un domingo. 4 paradas la separaban de casa de Heidi. Cuando estaba llegando a su estación mucha gente se levantó y se acercó a las ventanas del lado del andén donde debía bajarse. Le extrañó que tanta gente fuera a bajar en su parada.

Entonces notó que el tren reducía su velocidad pero en cierto punto dejó de aminorar. Parecía que no tenía intención de detenerse del todo. Llegaban al andén con el tren demasiado rápido para detenerse. No entendía nada y notó que la gente se giraba hacia la puerta de salida a la calle. Todo el mundo miraba en el mismo sentido y se dio cuenta de que no había nadie en el andén preparado a subirse en su tren. No es que los domingos estuviera a tope pero lo normal es que hubiera algunos grupillos. Entonces lo vio.

Una de las puertas de entrada y salida estaba tapiada con un muro de ladrillo con el cemento en las uniones claramente fresco aún. En la puerta que estaba justo al lado un obrero estaba en la parte interior, flanqueado por 3 soldados de la RDA, poniendo ladrillo sobre ladrillo comenzando a tapiar también esa salida. Miró las otras 3 puertas y vio que en cada una había entre 2 y 3 soldados de la RDA armados con sus metralletas y mirando fijamente el tren, que por supuesto no tenía ninguna intención de parar.

Supo que ya había comenzado. Que estaba viendo un pequeño trozo de ese muro del que se llevaba meses hablando. Que anoche había comenzado todo y esas eran las sirenas que escuchó mientras preparaba las maletas, el comienzo de todo. Se dio cuenta de que el tren iba a pasar de largo porque ya no podía parar.

Perdió todo el control de sí misma. Buscó el freno de emergencia del vagón y tiró como si le fuera la vida en ello. En realidad la vida le iba en ello. Sabía que no iba a servir de nada y así fue. Estaba desconectado. El tren continuaba la marcha lenta pero inexorable. Su vagón estaba a la mediación del andén ahora.

Comenzó a golpear los cristales de la puerta con toda la fuerza con la que le fue posible, con sus propias manos. No conseguía nada. Los cristales no eran cristales y aguantaban sus golpes como si fueran una pared de acero. Hundió sus dedos en la unión de las dos puertas e intentó separarlas para abrirlas. No se daba cuenta, encerrada en su propia desesperación, que los soldados del vagón estaban comenzando a cogerla. Llevaban ya un rato gritándole mientras se acercaban a ella pero ni siquiera se había percatado.

Notó que la puerta comenzaba a ceder un poco y se veía ya saltando al andén cuando de repente notó como varias manos se agarraban a sus brazos y la apartaban de la puerta. 3 soldados hicieron falta para conseguir separarla de su objetivo. 3 soldados fueron necesarios para reducir a esa mujer y esposarla. 3 soldados para conseguir someter la fuerza que salía de aquella desesperación. Consiguieron ponerle las esposas y sujetarle las manos en la espalda. Olga no dejaba de gritar que no, que tenía que bajar, que su hermana la necesitaba.

La gente la miraba con una mezcla entre comprensión y morbo. De todo había. Los soldados de la RDA en la estación se habían puesto tensos y apuntaban con sus armas al tren al ver el tumulto que se había organizado. Por suerte vieron que sus colegas de la RFA estaban controlando la situación y se calmaron. Los nervios estaban demasiado a flor de piel, las órdenes no estaban claras del todo y cualquier movimiento en falso podía hacer que algún gatillo se activara.

Nada de esto veía Olga. Ella sólo gritaba y lloraba mientras el tren seguía su lento recorrido por la estación a cámara lenta. Lloraba y gritaba. Intentaba soltarse las esposas y las muñecas comenzaban a sangrar. La estación terminó. Daba igual. En menos de 5 minutos llegarían a la siguiente. Tenía que librarse de esas esposas y de esos soldados antes de llegar. Tenía otra oportunidad.

Los soldados no la soltaban, acabaron sentándola en un asiento y preguntándose qué hacer con ellas. Lo normal hubiera sido asegurarla con otras esposas a alguna de las barras, pero sabían que esa mujer en ese estado acabaría dislocándose un hombro, o los dos, o cualquier cosa. La sujetaban entre dos mientras el tercero le hablaba intentando que le prestara atención.

Olga comenzó a verle. Era más o menos de su edad. Barba prominente y ojos azules. La intentaba calmar. Tenía un inconfundible acento francés. Comenzó a centrarse en sus ojos y aunque no le escuchaba bien sus palabras iban llegando. No podía salir del tren. Berlín Este ya era una ciudad cerrada. Aunque saliera del tren los soldados de la RDA no la dejarían pasar y la devolverían en el siguiente. Su hermana estaría bien, no había pasado nada, no había heridos. Simplemente ahora había una frontera que no se podía pasar.

Sus palabras llegaban poco a poco. Ella notó luces cambiantes a su alrededor y se dio cuenta de que estaban llegando a la siguiente estación. Intentó levantarse de nuevo y los hombres que la sujetaban tuvieron que esforzarse para mantenerla sentada, o algo parecido a estar sentada. El hombre de acento francés, le sujetó la cara con firmeza pero sin que le doliera. Centró de nuevo la cara de Olga, su mirada, en sus ojos azules. Su tono de voz, el azul inmenso y claro de sus ojos, sus palabras calmadas… Se iba relajando. No podía hacer nada. No iba a poder llegar desde ese tren, era imposible. Se dio por vencida. Su cuerpo entero se calmó su mirada se relajó y los soldados pensaron que por fin la habían vencido. No habían sido ellos, había sido la realidad.

Pasaron una estación más en la RDA pero Olga ya no intentó moverse. La miró con pena, lloró sin ruido ni aspavientos y espero que pasara todo. Llegaron de nuevo las estaciones de su ciudad. De nuevo trajín de gente, el habitual. La mayoría de las personas que había en el tren se habían montado para ver el espectáculo del muro y ahora esperaban de nuevo su estación de origen para bajarse. Además, habían tenido sesión doble gracias a Olga.

Los soldados la soltaron aunque seguían vigilantes. El francés le ofreció agua de una pequeña botella que llevaba. Ella la aceptó con gusto y bebió hasta casi terminarla. Estaba agotada. Vio como el soldado sacaba una venda de una pequeña mochila y comenzó a venderle las manos. Ni se había dado cuenta de que tenía los nudillos y los dedos destrozados por los intentos en vano de abrir las puertas y romper los cristales.

El trayecto continuo. Dos soldados se fueron para continuar vigilando el tren, aunque no hacía falta. Todo lo que había que vigilar transcurría en esas 3 estaciones de la RDA. Lo demás era un trayecto normal. El hombre de los ojos azules se quedó con ella. Terminó de hacerle una pequeña cura en las manos y le dijo que debía acercarse a un hospital a que la vieran. Se sentó a su lado y comenzó a hablarle. Palabras que salían de su boca con la mejor intención pero que no aportaban nada a Olga. Que no debía preocuparse, que era una situación temporal, que en poco tiempo esos locos de la RDA volverían a abrir las fronteras, que su hermana seguro que estaba bien… Palabras llenas de sentido y de cariño pero que Olga apenas escuchaba.

Localizó su maleta. Alguien se había preocupado de ponerla a su lado. Por lo visto aquel tren estaba lleno de buenos samaritanos. Llegaba su estación y ella sólo pensaba acercarse a la frontera con su maleta y su documentación. Seguro que en cuanto dijera que tenía una hermana al otro lado la dejaban pasar. En el tren era complicado dar esas explicaciones, lo entendía.

Ese era su mantra para calmarse. El hombre de los ojos azules y el acento francés se despidió de ella con cariño cuando se marchó pensando que sus palabras habían conseguido tranquilizarla. Qué equivocado estaba. Olga salió tranquila en la estación más cercana a la frontera y se dispuso a cruzar a pie al otro lado. No iba a tener ningún problema. Seguro.

El libro de El Comité al completo, incluyendo «Los días de Olga», disponible en Amazon.

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