El Comité – La carta

El Comité – La carta

Jueves,  31 de Agosto de 1961

No sé ni qué hago aquí delante de este diario. No sé porqué escribo estas lineas. No sé que hago leyendo una y otra vez la carta de Heidi si por muchas veces que la lea no va a cambiar su contenido. No sé que ha pasado con mi vida en estas ultimas semanas que se ha derrumbado completamente. No sé como empezar empezar a escribir pero siento que debo hacerlo.

Cuando empecé este cuaderno hace más de tres meses lo hice con una carta que acababa de recibir. No lo sabía pero intuía que esa carta cambiaría mi vida por completo. Así ha sido, hasta llegar a hoy donde mi vida no puede cambiar más. Siento que es irónicamente cruel que este diario deba terminar con otra carta bien distinta. Aquel 15 de Mayo era una invitación, un comienzo. Hoy es una despedida, un final. Es justo cerrar aquí el diario y este no quiero destruirlo como los demás.

Pero estoy empezando por el final y creo que si quiero que cuando relea este cuaderno algo tenga sentido debería empezar por el principio. Debería empezar por esta mañana cuando nos hemos levantado. Hoy es el cumpleaños de Olga y llevo días suponiendo que será un día espantoso para Heidi. Le estoy temiendo desde el lunes y cuando me he despertado y he escuchado a Heidi trasteando en la cocina me ha sorprendido. Al llegar he visto que estaba haciendo huevos y salchichas. Es el desayuno de Olga, me ha dicho. Aunque no vaya a estar hoy va a ser su día y le vamos a rendir este homenaje, decía alegre. Ese era su plan mañanero. Me he preocupado al oírla, pensé que la poca cordura que le quedaba ya no estaba, pero al volverse he visto que sonreía con tranquilidad. No era una risa forzada ni con la mirada perdida. Sonreía. Sólo había dos platos en la mesa, el mío y el suyo. Otro detalle que me ha tranquilizado porque no parecía haber perdido la conciencia de donde estaba ni de las circunstancias que nos rodeaban.

Ha llenado los platos, servido zumo que había puesto a refrescar en la nevera, me ha dado un sonoro beso en la cabeza y se ha sentado a comer conmigo. Con tranquilidad, como si estos casi 20 días de sufrimiento continuo desde que nos separaron de Olga no hubieran existido. Ni los golpes, ni la culpa, ni los llantos. Ni ese muro que se había construido entre nosotros. Sonrisa, buen humor, perfume a su champú en la cocina… parecía una película de Disney en versión real. Conversamos sobre el tiempo, sobre la pena que había sido no poder terminar las vacaciones en Cuxhaven, sobre la cantidad de trabajo que tiene acumulado… Nada comprometido, nada especialmente triste. Le seguí la conversación y me atreví a proponer que antes o después iríamos a terminar esos días en la costa en aquel maravilloso pueblo.

No hacía falta mencionar que era imposible, estaba en la otra Alemania y eso era más o menos como si estuviera en la Luna, igual de inalcanzable. No pareció darse cuenta o, como yo, hizo caso omiso. Seguimos charlando sobre lo pronto que había pasado el verano, que ya empezaban a estar grises los días y alguna que otra conversación ligera. Antes de ponernos en marcha de nuevo levanto su vaso con algo de zumo y brindó por Olga. No lo chocó conmigo, fue un brindis al aire. La acompañé, apuramos el zumo y recogimos, como siempre hacíamos antes del muro, en perfecta sincronía. En nada estaba todo recogido, limpio, seco y en su sitio. A los dos nos gusta el orden. Nos gustaba.

Me arriesgué a proponerle que saliéramos a cenar. Por Olga. En nuestro Berlín también hay buenos restaurantes, no todos han quedado en el lado occidental así que la invité a ir a nuestro italiano favorito. Me dijo que perfecto con total alegría, que bien me ha engañado, como me lo tragué todo esta mañana.

Releeo la carta, repaso lo que he escrito, revivo el desayuno de esta mañana y no puedo encontrar ningún resquicio en su mirada y en sus palabras de esta mañana que me lleve a esta carta. No veo falsedad, no veo trampa, no veo sonrisas extrañas. Lo único extraño era verla como hace 20 días, como hace un mes. Era como si nunca nos hubiéramos distanciado. Era todo tan natural. Imagino que en parte quería creer que era normal, que de repente se había dado cuenta de lo que pasaba y había decidido que todo volviera a ser como antes, pero no es sólo que yo quisiera creerlo, es que hizo el papel de su vida.

Mientras terminábamos de vestirnos quedamos en vernos a las 8 directamente en el restaurante. Tenía que hacer unas cosas y no sabía si le daría tiempo a ir a casa así que prefería que no la esperará. Nos dimos un beso como hacia mucho que no nos habíamos dado. Sencillo, cariñoso, ligero, de esos que se dan por las mañanas o por las noches al encontrarse las parejas que se quieren de verdad. Sin deseo, con ternura. Me supo a gloria. ¿Cómo imaginar que era un beso de despedida? Se fue y me asomé a la ventana para verla marchar. Iba a coger el autobús para ir a trabajar. Siempre lo prefirió a ir en coche. La vi pasear calle arriba tranquila. Disfruté del vuelo de su falda, del movimiento de su cadera, de sus piernas largas y delgadas. Justo antes de girar la esquina se volvió, me miró y se despidió con la mano. Fue su adiós. No he vuelto a verla ni volveré a verla hasta quién sabe cuando. Ojalá lo hubiera sabido pero al menos me quedo con ese recuerdo de ese desayuno perfecto y esa Heidi recorriendo la calle feliz. Puede que fuera esa su intención, dejarme con ese recuerdo en vez de con los malos momentos de las últimas semanas.

Media hora antes de la prevista ya estaba en el italiano esperándola. Había llamado para que nos reservaran una mesa que está justo en la esquina más apartada de todo. Lejos de la cocina y el tránsito de camareros, lejos de la puerta y el tránsito de comensales, lejos de la barra y el tránsito de cócteles. Iba a ser perfecto. Poco imaginaba que no iba ni tan siquiera a ser. Dieron las 8, las 8 y cuarto, y media, las 9… Pedí el teléfono para llamar a casa y nadie contesto. Supuse que se le habría complicado eso que tenía que hacer aunque me extrañó que no hubiera llamado al restaurante. Sabía donde habíamos quedado y ambos tenemos el teléfono pero lo achaqué a que estaría liada. No quise cenar sin ella así que me marche. Dejé una buena propina y mis disculpas a Fredo por haberle tenido retenida la mejor mesa para nada. Por supuesto dijo que no hacía falta pero guardo el dinero sin mucha intención de devolvérmelo. Ninguna para ser exactos.

Volver a casa y encontrar esa carta en la mesita donde dejamos las llaves. Ese ha sido el golpe, ese ha sido el momento en que he sabido que Heidi estaba celebrando el cumpleaños con Olga en el mejor de los casos, en alguna morgue en el peor, pasando por todos los intermedios como detenida, herida en nuestra zona, herida en la zona occidental…

Ni abrí la carta. Directamente llamé a la oficina que se ha creado para la gestión de la crisis de El Muro, donde se recogen en primera instancia todos los incidentes que tienen que ver con él. Intentos de huída, puntos débiles, alborotos, fallecidos… De esa oficina venían los informes de Ida, Günter y otros muchos que recibo a diario. Ellos tenían la lista de detenciones en cuanto se producían y ellos localizaban los huidos. Llamé temblado y me identifiqué. Mi nombre estaba en una pequeña lista de personas a las que había que dar toda la información que pidieran cuando la pidieran, libre de toda censura. Ninguna de las personas que atendía el teléfono sabía de la existencia de El Comité si que tenían esa lista de nombres junto a una palabra clave y debían respetarlo. Un pequeño privilegio que me ha quedado por haber sido miembro de El Comité.

Ha sido la primera vez que he llamado y me ha costado un mundo mantener la calma. Una vez identificado lo primero que he preguntado es si había lista de fallecidos hoy. No. Empecé a respirar. El peor de los escenarios se desvanecía. Pregunté por detenciones y me dijo que hoy sólo dos personas habían sido detenidas en Bernauer Strasse por colaborar en una fuga. Colaboradores. Me dijo sus nombres y ninguno me sonó. Le pregunté por las fugas. Solo la de Bernauer Strasse hoy, había sido un día tranquilo. Una sola persona que aún no habían identificado porque la pareja que la ayudó se negaba a hablar. Había sido esa misma noche, a eso de las 8, cuando ya estaba oscureciendo. Una mujer. Se había lanzado desde el segundo piso sin ninguna maleta.

Eso les resultó raro porque normalmente tiran sus enseres valiosos primero. A mi no me sorprendió. Lo único valioso que tiene Heidi en este mundo es Olga y posiblemente lleve con ella sólo una cosa: el colgante que ya le habrá dado para celebrar su 39 cumpleaños.

Lo siento, Fritz. Sólo puedo decirte eso, lo siento. Y repetirlo hasta que lo creas y sepas que es verdad. Lo siento. No es mi intención hacerte daño pero sé que vas a sufrir. No puedo hacer otra cosa. Necesito a mi hermana. Por muy felices que hayamos sido no concibo mi vida sin ella.

Espero que guardes de mí el recuerdo del desayuno de esta mañana. Tu esposa feliz, la mujer que te amaba, con la que disfrutabas cada rato. Guarda de mí esa imagen y borra estas semanas en las que no he sido persona. Si no he muerto en el intento, cuando leas esto estaré celebrando el cumpleaños con mi querida Olga. Guarda el recuerdo de esta mañana y todos los que tenemos juntos antes del 12 de agosto para cuando nos volvamos a ver. Según tú será pronto y ojalá tengas razón y sea así, pero no puedo esperar ni un día más. No puedo pensar que hoy Olga esté celebrando su cumpleaños sola y yo esté sola en nuestra casa. A diferencia de ti, yo en caso de tener que escoger entre Olga y lo nuestro siempre escogeré a mi hermana. Hay mucho que puedo perdonarte, pero que hayas permitido que nos separen jamás.

Sé que superarás esto, estoy segura. Eres mucho más fuerte que yo. Te sobrepondrás y dentro de un tiempo volveremos a estar juntos, aunque sabes que nunca será igual. Sigue tu vida, rehazla de nuevo con otra mujer si te surge la ocasión. No me esperes, lo nuestro ha muerto. Continúa tus intrigas políticas, continúa tu maqueta, continúa tu vida. Yo seguiré mi vida junto a mi hermana.

Te deseo lo mejor, Fritz. Vive.

Tu esposa que te quiso tanto.

Heidi

Ni estando en ese infame comité que ha destrozado tantas vidas he conseguido mantener a salvo la mía. Solo de nuevo, como tantos años en mi vida. Me toca recomponer todo. Supongo que no debo quejarme demasiado porque sigo conservando mi trabajo, una buena posición, soy joven y si me creo mis propios engaños veré de nuevo a Heidi y Olga en breve y podré intentar volver a reconquistarla, convencerla de que la sigo queriendo y que lo nuestro puede volver a funcionar. Porque la sigo queriendo muchísimo.

Y dice que el fuerte soy yo, ja. Ella si que es fuerte en sus convicciones. Ha tomado su decisión y ha hecho lo que tenía que hacer, con todas las consecuencias. Pienso ahora en mañana sin ella y duele mucho, aunque estos días hayan sido tan duros siempre he tenido la esperanza de que, de alguna forma algo diferente, saldríamos de allí y volveríamos a ser un nosotros. Ahora me cuesta pensar que haya un mañana en mi vida en el cual estén mis queridas hermanas Krause.

Vuelvo a leer la carta una y otra vez para fijarme en los detalles, en esos detalles que duelen creo que merecidamente. No creo que haya palabras que puedan dolerme más que ese «Tu esposa que te quiso tanto». Ese pasado dice tanto, lo dice todo. Ya no me quiere en absoluto. Y ese «a diferencia de tu, yo elijo a Olga» me ha sonado tan a que sabe lo que había entre Olga y yo. Lo dice claro, eso lo perdona pero no el que haya sido incapaz de mantenerlas unidas.

Quedan meses duros, años difíciles en Berlín. Esto no ha hecho más que empezar y ya hay tantas vidas destrozadas que recomponer. Sospecho que seguirá habiendo fugas, seguirá habiendo muertes sobre el muro. Ya se habla no sólo del muro sino de crear una zona de seguridad delante destruyendo lo que haya que destruir. En una ciudad por reconstruir en tantos aspectos duele que se esté pensando en destruir algo de lo ya hecho. Me parece que al dibujar la linea por las fachadas de los bloques de viviendas de Bernauer Strasse estaba firmando su sentencia de muerte sin saberlo. Siempre he pensado que contribuía a esta labor de reconstrucción pero ahora veo que me han obligado a dar un golpe terrible a tanta gente.

Mañana toca volver a trabajar, hacer como si no pasara nada y continuar con el día a día. Un día a día tan diferente desde hace tiempo. Ahora mismo no puedo pensar. Ni siquiera sé si quiero pensar. Será mejor que me deje llevar, como hago siempre. A veces es bueno. Otras, como estos días atrás, resulta en un desastre. Tenía que haber luchado, haberme anticipado, haber pensado. A la cigarra le toca ahora sufrir las consecuencias de no haber pensado y trabajado durante el verano. Se anticipa un otoño duro y muy largo.

Toca cerrar este diario. De carta a carta. Decidido: este no lo romperé. Merece que lo lea y me sirva de lección alguna que otra vez. Lo guardaré junto a la condecoración. En un lugar no muy a la vista porque no me siento orgulloso pero a veces el pasado hay que recordarlo para no caer en los mismos errores.

Buscaré ese rincón y ahí quedarán el diario y las cartas que lo iniciaron y lo terminaron. El Comité y El Muro han cambiado mi vida de una manera que no podía imaginar. Nada es como era y nada es como me gustaría que fuera. Quizás debería huir con Heidi y Olga. Es allí donde quiero estar. ¿Me aceptarán? Creo que lo mejor que puedo hacer es dejarlas rehacer su vida. Sé que Heidi ya no me quiere y es posible que Olga tampoco. ¿Qué pinto allí? Mejor dejarlas en mi recuerdo. A la una y a la otra.

Pienso en Heidi, Olga, Conrad, Ida, Günter, Marco, Lucía, Bernard, … cuantas vidas ha cambiado mi sencillo trabajo de dibujar unas lineas en un mapa. Pienso en todo lo que seguirá pasando, en las muertes que me quedan por ver, en las caras de desesperación que veo en muchos de mis conciudadanos al acercarse a esas alambradas que los separan de otro mundo. les veo mirar a lo lejos e imaginar que no están allí. Pienso en cuando esos alambres de espino sean muros de ladrillo, como ya lo son en algunas tramos, y la culpa me aprieta el pecho dejándome casi sin aire.

Acabo de terminar la última pipa que he podido preparar con el tabaco que llevo tantos años comprando en la tienda de Karl. Aún no sé ni donde compraré a partir de ahora, el habitual de la tienda de la esquina tampoco llega ya. Son tantos los pequeños y grandes detalles que han cambiado, que he cambiado.

Sólo espero que pronto mi creación sea historia.


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