El Comité – Pícnic

El Comité – Pícnic

Jueves,  20 de Julio de 1961

No sé ni por donde empezar a resumir el día de hoy. Son casi las 12 de la noche, la reunión con Erich terminó a eso de las 3 de la tarde y aún me siento nervioso pese a las horas transcurridas y las varios bourbon que me he tomado. Estaba claro que no iba a ser fácil pero no imaginaba que las respuestas me fuesen a dejar tan intranquilo. Creo que voy a intentar repasar mentalmente lo ocurrido y es posible que escribiéndolo aquí consiga dejar los nervios.

Ha sido a eso de la 1 cuando ha llegado el chófer enviado por Erich. Vestido de paisano pero claramente militar. Me ha dicho que Erich quería almorzar conmigo y que cancelase cualquier compromiso hasta la tarde. Ese hombre no hacía propuestas ni sugerencias. Afirmaba y daba ordenes que salían de su boca pero venían directamente de Erich. Le pedí cinco minutos para cerrar unos asuntos y se sentó en silencio en mi despacho a esperarme. No le invité a salir. No debía salir, era parte de su cometido. Una vez hecha la invitación no debía haber llamadas indiscretas por mi parte.

Avisé a Helga que posiblemente no volvería esa tarde. Terminé un escrito que tenía en la máquina y me arreglé para salir a comer. Recuerdo que abrí la cartera y miré si la lista seguía ahí. No quería olvidarme de nada en la conversación. Avisé al chófer y nos pusimos en marcha.

Los pelos se me erizaron cuando vi que nos dirigíamos a Berlin-Gesundbrunnen. Supuse que nos pillaba de camino hacia el lugar donde íbamos pero no, ese era nuestro destino. Allí en la puerta de la estación que daba al parque de Humboldthain nos esperaba Erich. Siempre elegante, siempre sonriente, siempre amable. Me dio un fuerte abrazo, de esos que te hacen esperar lo mejor o temer lo peor. Me pidió disculpas por no haber podido avisarme antes ni con más tiempo pero que los tiempos están muy locos, que anda de cabeza con mil asuntos, etc. La habitual mezcla entre cortesía y mentira. Yo sabía que la reunión sería así, no tenía que disculparse. No me iba a avisar con tiempo pero acepté sus disculpas restándole importancia y sonriendo también. Si hay que jugar, juguemos. Creo que estoy aprendiendo.

Vi como la persona que me había recogido sacaba del maletero una cesta de mimbre de las habituales para pícnic y se apostaba a una distancia prudencial de nosotros. De esas que te permiten controlar lo que sucede pero sin llegar a saber lo que ocurre. No le estaba permitido escuchar pero debía vigilar. No era un simple chófer, estaba claro. Erich me invitó a dar un paseo por el parque y cuando empezamos a andar observé que otro hombre perfectamente trajeado se unió a nuestra comitiva. Había estado junto a Erich mientras yo llegaba. Ya me había extrañado que estuviera sólo.

Empezamos a recorrer el mismo camino que hacía unos días había recorrido con mis otros compañeros de El Comité. El mismo. No podía ser casualidad. Quedar en el mismo sitio, recorrer el mismo camino y acabar exactamente en la misma mesa donde el lunes habíamos tenido nuestra tercera reunión. Allí fue donde mi chófer desplegó el arsenal que guardaba en la cesta. Unas salchichas algo frías, buena cerveza, agua, pan, cubiertos… La escena perfecta para una tarde romántica con tu pareja. Sólo faltaban las flores y que en vez de Erich estuviera Heidi. De hecho he anotado mentalmente el lugar para ir un día con ella antes de que El muro lo ponga un poco más complicado.

En cuanto terminó de poner el servicio y se alejó, Erich disparó. El primer mensaje había quedado claro: sé lo que estáis haciendo, sé donde os reunís y sé quienes sois. Eso último lo agrego yo de mi cuenta pero dudo que no lo sepa. Sirvió cerveza para los dos y propuso un brindis. Algo así como «por que todas vuestras dudas queden resueltas». Brindamos y comencé.

La introducción fue rápida. Le hablé de nuestras reuniones y nuestras dudas. Le aseguré que no se trataba de conspirar sino de intentar hacer bien nuestro trabajo. Esa parte vi rápidamente que le aburría. Ya la sabía así que aceleré el paso de mis palabras. Él lo que quería era la chica así que saqué la lista. Hice todas las preguntas y agregué una de cosecha propia: Qué iba a pasar con los medicamentos a los que ahora se accedía sólo en el Berlín Occidental.

Escuchó con interés y sin interrumpirme. Cuando callé me dijo que iba a ser lo más sincero posible pero que había cosas que aún no estaban del todo definidas. No se va a dar ningún periodo de gracia ni se van a admitir alegaciones de nadie. Para eso estamos nosotros. Tenemos que ser serios en nuestro trabajo y dejarlo todo muy bien definido. Una vez el trazado de El Muro esté decidido será ese, nada de cambios sobre la marcha. Y nada de periodos de gracia. No quieren que se cuelen espías occidentales. Yo agrego, también de cosecha propia, que seguramente tampoco quieran que gente de nuestro lado se marche al Berlín Occidental en ese periodo de gracia.

Por supuesto que se podrá cambiar de Berlín una vez que se establezca El Muro si se presentan causas justificadas, pero ese procedimiento deberá ser aprobado para evitar que entren elementos subversivos, no se hará alegremente. Da por sentado que serán personas del lado occidental las que quieran entrar nunca en el otro sentido. Habrá una serie de puntos de control para que la gente pase de un lado a otro que se controlarán con firmeza y que en breve tendrán que estudiarse para facilitar el paso de personas y vehículos, no se trata de que sea un muro sin puertas sino de colocar las puertas justas que permitan el movimiento controlado.

Las barricadas se van a intentar desplegar en unos días, quizás una semana, para que no se arme mucho revuelo. La construcción del muro si se prevé que dure bastantes meses, pero eso ya no será algo que nos tenga que preocupar. De esa logística ya se encargarán otros. Y respecto a las órdenes a dar a los soldados, parece ser que es lo único que se improvisará. No se prevé que haya demasiado revuelo más allá de la curiosidad inicial. Se prevé más revuelo político principalmente y en ese no pintan nada nuestros soldados. No obstante habrá que estar alerta por si hay nuevas órdenes o si los capitalistas deciden organizar algún tipo de revuelta. No sería de extrañar según Erich.

Algo me dice que el tema de los medicamentos, mi pregunta personal al margen del resto de compañeros, le pilló fuera de juego. Algo me dice que el resto lo traía preparado de casa, al igual que el paseo y el pícnic, que por supuesto quedó casi entero sobre la mesa a excepción de la cerveza. Me ha dicho que no habrá problemas. Que los controles que se establecerán permitirán el paso, por ejemplo, para este tipo de cuestiones. Es consciente de que nuestros recursos no dan para disponer de farmacias bien abastecidas y que hay cosas que sólo se pueden encontrar, de momento (ese de momento lo recalcó mucho) en el otro lado. Cuestiones médicas van a ser por supuesto una de las razones permitidas para cruzar el muro.

Y ahí debió terminar nuestra charla, nuestro pequeño pícnic, pero tenía que hacerle una pregunta más. No lo pensé simplemente lo solté. Le pregunté si podía hacerle una pregunta personal, que no se había hablado en la reunión. ¿Otra? me preguntó guiñando. Evidentemente lo traía todo aprendido de casa. No fue ni un sí ni un no, pero la lancé: ¿Qué pasará con las familias que tengan miembros a uno y otro lado?

Me miró fijamente. Creo que aunque no tuviera la pregunta en su lista la estaba esperando. Me cogió el hombro y me habló sereno y con firmeza. Olga, Heidi y tú no debéis preocuparos. Vuestra particular familia no tendrá problemas.

Todavía me entra un escalofrío al recordarlo. Supongo que debería tranquilizarme esa respuesta pero no lo hace en absoluto. No dijo más. Se levantó, se despidió y me invitó a que me terminase la cerveza tranquilo. El chófer me llevaría a la oficina o a casa, donde prefiriera. Se marchó tranquilo y me dejó con ese mar de dudas. ¿Qué significaba aquella frase? Por un lado parecía tener claro lo que sucedía entre Olga y yo, lo cual me preocupaba. No me dejaba en absoluto claro si no habría problemas con las familias o si era en concreto nuestra «particular familia» la que tendría un trato de favor. Eso no me servía de mucho. ¿Qué trato de favor? ¿Qué problemas habría para otras familias?

Aún no tengo clara esa frase y debo rumiarla más. Pero mejor mañana. ¿Mejor con Olga? ¿Debería hablar también con Heidi? No me ha gustado. Pero esta parte me la guardo de momento para mí y no la compartiré con los compañeros del minicomité. Convocaré reunión para mañana a mediodía. No quiero pensar más. Mañana ya lo haremos los 4 juntos.


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