El Comité – La culpa

El Comité – La culpa

Miércoles,  19 de Julio de 1961

Dejé pendiente el domingo repasar mi charla del sábado con Heidi. No me gusta darle muchas vueltas a las cosas pero a veces es necesario y sé que escribiéndolo aquí me sentiré algo más descargado. Pese a los líos con El Comité no me quito de la cabeza esa conversación. No me quito de la cabeza lo culpable que me siento ahora mismo por no haberme dado cuenta del sufrimiento de Heidi. No se me quita de la cabeza pensar que posiblemente durante estos 6 meses desde el aborto, puede que antes incluso, Olga habrá sido su paño de lágrimas, confidente y asesora. Pienso que si el muro se convierte en algo real y hay dificultades para que las dos hermanas se vean con asiduidad vamos a tener que destinar una buena parte de nuestros sueldos al teléfono.

No sé como no me había dado cuenta antes. Vale que lleve un par de meses enfrascado con lo de El Comité pero… ¿Y antes? ¿Cómo se me ha escapado esa sensación de culpa que inunda a Heidi? ¿Cómo ha podido ocultármelo? No sé si algo ha fallado en nuestra relación o es que esa culpa que ha estado sintiendo la ha hecho diferente.

El sábado, cuando la maravillosa puesta de sol había dejado paso a las estrellas y la primera botella de vino había caído completa, le pregunté como estaba, si estaba superando el último aborto. Igual deberíamos haber seguido disfrutando la noche pero sentía que en medio de esa paz era el momento más suave para tener una conversación que se me antojaba dura pero no imaginaba cuanto. Pensé que hablaríamos sobre que no podría tener hijos, que la edad ya apremiaba y sus ganas de ser madre pero no esperaba encontrarme hablando de mi. Me confesó que no, que no quería superarlo porque superarlo era asumir que era imposible que me pudiera dar el hijo que tanto anhelaba y prefería seguir sufriendo por el aborto.

Fue como un jarro de agua fría que me quitó toda la ensoñación del momento. Le dije que no tenía que sentirse mal por mi. No creo haberle creado nunca esa ansiedad por darme un hijo y me dolió saber que estuviera pensando así y sufriendo por mi. Tener hijos nunca ha sido para mi una prioridad y aunque no me hubiera importado tener una niña junto a Heidi nunca he pretendido que se convirtiera en una obligación para ella. De hecho a veces si he mostrado más interés ha sido pensando en su instinto maternal. Se lo he expliqué así, mirándola directamente a los ojos. Espero de verdad haberla convencido pero algo me dice que no es tan sencillo como unas palabras regadas de buen vino bajo las estrellas. Le dije que ella es mi mundo y que no necesito nada más. Lo recuerdo ahora y un escalofrío me recorre el corazón pensando en lo que estoy haciendo con Olga. Es tan contradictorio.

Si nuestro bebé debe llegar llegará, pero que si no llega no debe ser motivo de frustración para ninguno de los dos. Y sobre todo le insistí en que no debe sentirse responsable de no «darme un hijo». Esa expresión siempre la he odiado. Incluso en alguna conversación con algunos amigos la he escuchado alguna vez. Ella no me tiene que dar un hijo. Ni yo a ella. Juntos, si puede ser, tendremos un hijo y comenzaremos la nueva aventura de formar una familia. No es algo que deba darme.

Le pregunté por ella, si siente esa necesidad de tener un hijo. Le hablé de que si era así hay otras muchas opciones, miles de niños que necesitan unos padres como nosotros. Me miró con dulzura y me dijo que no. Que su necesidad no es tener un hijo sino nuestro hijo. Fruto de nuestro amor, la guinda a ese pastel que estamos construyendo. No quiere ser madre a toda costa, quiere un hijo nuestro. Me asegura que va asumiendo que no va a poder ser y que moriremos viejitos y solos. Yo antes que ella, porque sabe que no podría vivir sin ella. Se le escapó una risa picarona pero está en lo cierto. Si ella muriese antes que yo no sé si lo soportaría. He perdido tantas personas buenas en mi vida, lo mejor que me ha rodeado aunque no haya llegado ni a conocerlo, que dudo que pudiera soportar otra más.

Es curioso lo que puede llegar a pasar por la cabeza de alguien a quien crees conocer y que amas sin que tengas ni idea. Esa frustración por no darme un hijo no podía sospecharla. Hablamos un rato más sobre el tema, creo que más relajada y fuimos derivando a otras historias. Fuimos hablando de las vacaciones, de esa casa con su padres, del trabajo, de Olga,  de lo preocupado que me ve con el trabajo… Sabe que algo pasa y creo que esperaba que se lo contara,  pero no puedo, aunque me lo planteé seriamente. Sé que no saldrá de su boca, no es una cuestión de confianza, pero sólo la cargaría con mis preocupaciones y no debo hacerlo. Y más con lo que está sufriendo. Esto me toca a mi cargarlo como pueda. Sólo espero que esa charla haya servido para aliviar un poco su culpa.


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