El Comité – El festival

El Comité – El festival

Sábado, 17 de Junio de 1961

Hoy necesitaba despejarme. Ha sido una semana intensa. Escuchar a Walter mintiendo descaradamente a los periodistas, la reprimenda de Erich por no haber hecho bien nuestro trabajo de trazar las lineas sobre el mapa, como si no entendiéramos de lo que se hablaba, las llamadas del resto del compañeros pidiendo mi opinión al respecto, como si yo supiese algo más que ellos… no estoy precisamente relajado.

El sábado ha amanecido con un sol y un cielo azul de esos que pocas veces vemos en estas tierras así que había que aprovecharlo. Sabíamos que hacía unas semanas estaba en marcha un especie de feria de hermandad germano-estadounidense en el lado occidental, por supuesto. Estaba algo lejos pero el tren nos llevaría sin problemas. Pasar un día de feria viendo en que se diferenciaban los festivales americanos de los nuestros nos pareció un buen plan. A veces pienso que parece que siempre que Heidi y yo queremos divertirnos acudimos al lado oeste, pero supongo que será más por la variedad que otra cosa. En realidad yo no echo en falta nada aquí.

Heidi había recortado un mapa de la feria que encontró en un periódico y durante el trayecto en tren iba contando y analizando qué debíamos ver. Hay mil atracciones. Habían levantado la noria más alta hasta la fecha en Berlín, lo que ofrecía unas vistas espectaculares de la ciudad. Había una réplica de la Estatua de la Libertad, donde te podías hacer una foto que te daban en un par de horas y que había que hacerse temprano para no tener que volver al día siguiente a por ella. También habían recreado un establo donde rudos americanos se montaban en toros y caballos salvajes, un rodeo.

No me hablaba de los precios, pero me temía que si eran al estilo del Berlín occidental íbamos a tener que restringir un poco las actividades a las que asistir y en las que participar. Vale que trabajamos los dos, tenemos buenos sueldos y sin duda nos lo podemos permitir pero odiaba dejar mi dinero a esos capitalistas.

Me sorprendió que, a excepción de la comida y bebida, todo era gratis. O mejor dicho, incluido en la entrada. Se ve que los americanos se toman muy en serio el tema de la propaganda y han considerado esto una especie de panfleto en vivo de lo que ellos llaman «El Estilo Americano». Bueno, pues que así sea. Nos dispusimos a sacar todo el partido posible al precio de nuestra entrada.

Heidi reía, hicimos las fotos de rigor, subimos a la noria, comimos las famosas hamburguesas y los helados que tanto gustan al otro lado del charco, disfrutamos el rodeo. Bueno, yo más que Heidi, porque ella lo pasó fatal viendo como hombres, que a ella le parecían muy pequeños, se zarandeaban encima de aquellas bestias hasta caer al suelo y ser pisoteadas sin contemplaciones. Fue lo que menos disfrutó.

Jugamos en las tómbolas, comimos golosinas varias, bebimos refrescos extranjeros y cervezas nacionales y de importación… Tendría que decir que fue un gran día, pero algo en mi no acababa de desconectar. No hacía más que pensar que era una nueva forma de invasión. Veía todo aquello como cantos de sirena intentando atraparnos. «Mirad qué bonito todo, que buenas nuestras comidas, cómo nos divertimos. Sólo tenéis que dejarnos estar por aquí que venimos con un cargamento de alegría, luz y color». No podía evitar que ese pensamiento me volviera a la cabeza demasiado a menudo.

De vuelta a casa Heidi ha dado una cabezada en el tren. Ella sí ha disfrutado como una niña y como tal ha terminado: agotada. Yo miraba la ciudad. Decenas de andamios, grúas, material de construcción, edificios recién pintados… hasta llegar a nuestra zona este. Ahí sigue ruina tras ruina, edificios sin reconstruir ni demoler, apenas hay andamios. Se nota claramente el paso de una zona a otra, el lugar por donde discurrirá un Muro de aquí a finales de año, si se cumplen los planes. Es tan fácil de ver desde el tren.

Llegas a una calle y ves una acera lustrosa y en orden mientras que la de enfrente sigue casi igual que hace 15 años cuando acabó la guerra. Pienso que se han preocupado de arreglar primero esas casas de la frontera para que veamos lo bueno que es su sistema. Sé cual es mi lado. Sé por donde discurrirá el Muro.

No, no ha sido una buena idea para mí esa visita al festival. Mañana mejor me quedo en casa, me centro en mi carabela y por la tarde echamos unas risas con Olga. Estoy seguro de que me vendrá mejor.


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