Memoria

Memoria

Es curiosa la memoria. Según un amigo se supone que hay mecanismos internos que desconocemos y de los que ni siquiera somos conscientes que nos protegen de nosotros mismos desechando o incluso enterrando información que no nos viene bien recordar. Cosas que nos hacen sufrir y que no nos aportan ningún aprendizaje son, en teoría, desterradas por nuestro cerebro a rincones recónditos donde no podemos acceder porque nos vendría mal.

Otras veces son sencillamente cosas absurdas que no merece la pena tener presente. Si pensamos en la memoria como en la memoria de nuestros móviles, esos mecanismos serían una especie de «limpiador» que se encarga de quitar de en medio las «aplicaciones» peligrosas y de ir borrando todas esas chorradas que no nos sirven de nada.

Lo que pasa es que a veces, y esta es una conclusión personal, no acaba de funcionar del todo bien. Nos borra cosas que si queremos recordar y que nos gustaría y en cambio deja ahí cosas absurdas pero que por alguna extraña razón deja siempre a nuestro alcance en primer plano. En alta definición, 4K ultra guay, sonido envolvente y todo lo que se os ocurra. Cosas que vuelven a la mente de manera automática sin buscarlo.

Esta mañana me ha traído una de las del segundo grupo, esas chorradas que no significan nada pero que ahí están. Hablando con un amigo sobre una persona que nos ha mandado un mail, me ha salido una frase que recuerdo perfectamente a mi padre decirme cuando yo tenía 8-9 años. «Nunca te fíes de la gente con los ojos pequeños. Esconden algo».

Es una chorrada, lo sé. ¿Que culpa tendremos cada uno de haber nacido con los ojos que hayamos nacido? Grandes, pequeños, rasgados, almendrados, de huevo, azules, verdes, marrones… pero él estaba convencido de ello y con tanta convicción me lo dijo que lo tengo grabado a fuego en algún lugar de mi memoria que no puedo olvidar. Especialmente si la persona en cuestión tiene los ojos muy pequeños.

Una persona que conocí decía de si misma que sus ojos eran «dos puñalás en un tomate» por lo pequeños que eran. No era para tanto pero si es cierto que no eran grandes y fue una de mis primeras grandes decepciones como amistad. Luego vinieron más, claro, pero la verdad es que hay un tipo de ojos que confieso que me traen esa frase sin poder evitarlo. Son esos pequeños que tienen algunas personas que están siempre tan cerrados que parece que los tienen entrecerrados para enfocar bien, como si les molestara la luz o no pudieran enfocar bien. Apenas puedes distinguir de que color son, no puedes entrar en su mirada, no puedes leer ese lenguaje no verbal que se transmite cuando miras a los ojos a alguien.

Insisto, no es culpa suya tenerlo pero me inquietan esas personas y las pocas, muy pocas, que he conocido a la larga me han hecho alguna jugada. Que no son sólo esas personas las que me han hecho putadas alguna que otra vez, ojalá. Qué fácil sería, pero esa frase de mi padre ese día fluye a mi mente con una viveza increíble.

Quizás mi cerebro lo guarde como mecanismo de defensa pero ahí está. Y ya sabéis, por si os sirve: no os fiéis de la gente con los ojos pequeños, esconden algo. Igual miro más a los ojos de lo que creo. Recuerdo que Sandra me decía «En tu casa os habláis siempre sin miraros. Estáis todos hablando unos con otros pero mirando la tele». Quizás porque hay confianza, quizás porque entre nosotros ya nos conocemos, no lo sé. La cuestión es que pensé que tenía razón y que no nos mirábamos a los ojos. Pensé que eso lo extrapolaba al resto de conversaciones con el resto de la gente y que no miraba mucho a los ojos pero puede que no.

Seguramente miro más de lo que creo a los ojos de la gente y necesito leer ahí. Y si tiene los ojos pequeños y no leo bien, me incomoda.

Reflexiones de un martes cualquiera de agosto con 40º a la sombra en la calle

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.