La estación

La estación

estacionVio como ella acompañaba el tren con sus pasos a lo largo del andén de la estación. Primero lentos, poco a poco más rápidos hasta tener que detenerse. En ningún momento dejó de despedirse con la mano y mandarle besos. Él también le mandaba besos desde la ventanilla y muchos «te quiero» mudos pero a pleno pulmón. Nunca había sentido pena al marchar de viaje. A sus ventipocos años era tremendamente feliz, aunque es posible que no fuera del todo consciente. Le encantaba su trabajo, su chica, viajar, el trato con los clientes… Era feliz.

Ese era posiblemente el primer viaje que no hacía con gusto. El tren nunca le gustó y menos aún en coche cama. Viajar de noche, ese espacio tan pequeño, esa miniducha, el movimiento del tren. Mucha gente lo disfrutaba pero para él resultaba incómodo. Ojalá pudiera ir en su coche pero no estaba para tantos kilómetros. Los equipos que necesitaba ya habían salido por mensajería y los debía tener allí por la mañana cuando llegara a Burgos. Dejar la maleta y a la empresa de recreativos para la que tenía que hacer los trabajos. Tenía desde el lunes a primera hora hasta el viernes a eso de las 6 de la tarde para poder coger el tren de vuelta. Qué ganas tenía de que llegaran esos tiempos que se anunciaban en los que podría conectarse desde Málaga al ordenador de Burgos y trabajar como si estuviera sentado allí. Enviar los ficheros necesarios y quitarse esa paliza. De hecho era una de las cosas en las que tenía que trabajar durante la semana, preparar algunos sistemas para poder enviar las cosas vía modem para minimizar gastos de mensajería en diskette y los desplazamientos de personal.

Pero lo que más le molestaba de ese viaje, y lo sabía, era alejarse de Sandra. Una semana entera sin verla, sin tocarla, sin besarla, sin discutir con ella, sin reír con ella, sin amarla. Una semana en la que ya habían quedado que la llamaría por las noches, sobre las 10, desde el hotel. Bueno, y el lunes por la mañana a las 9 antes de entrar a trabajar para informarle si había tenido algún problema con el viaje.

Miraba como se empequeñecía su imagen en la estación mientras el tren se iba alejando. Allí lejos se veía tan pequeña, tan frágil, aunque no lo fuera en absoluto. Él sí que era frágil. Se sentía tan pequeño alejándose de ella. Estaban en plena efervescencia, esos meses en los que los enamorados se adoran, esos primeros tiempos en los que sólo saber que no podría verla hasta el sábado le hacía tener ganas de llorar, de bajarse del tren, de lo que fuera pero de no alejarse. Toda una semana en la que su único consuelo sería su voz. Pensaba en tantas y tantas escenas de películas y se dio cuenta que estaba viviendo una de ellas, que al parecer si que existen esas escenas de película en la vida real.

Pasó la semana, ajetreado por el trabajo. Mucho trabajo. Siempre parecía que con una semana habría tiempo de sobra y siempre acababan faltando días. Estuvo a punto de no poder coger el coche cama que debía traerle de vuelta. No se lo podía creer pero tenía toda la pinta. Al final, como suele suceder, todo se solucionó de formas misteriosas y consiguió que le llevaran a la estación de Burgos para tardar menos. En unas horas la vería por fin. Deseaba su boca. Deseaba verla y darle uno de esos besos de película. Ya había quedado con sus padres en que ese día estaría con ella, que no hacía falta que le recogieran. Les llamaría a lo largo del sábado pero a Sandra le hacía ilusión ir a recogerle y a él también reencontrarse con ella. Por supuesto a Mamá no le sentó muy bien pero no le quedó otra que aceptarlo.

Las escenas de películas están basadas en hechos reales, lo volvió a comprobar. Salió del tren, comenzó a buscarla maleta a cuestas y en cuanto la descubrió tiró el equipaje y salió corriendo a por ella. Nada importaba. Fue el abrazo del siglo. Se besaron como sólo pueden besarse dos personas que se aman profundamente. Dos personas con síndrome de abstinencia la una por la otra. Dos personas con ganas de fundirse entre si. No había nadie más alrededor, no existía el mundo, cientos de personas ni un tren de vaya usted a saber cuantas toneladas.

La ausencia, la distancia, es terrible cuando amas a alguien, bien que lo descubrieron. Cuando amas a alguien y llevas tiempo sin verle es lo único que esperas. Las llamadas nocturnas habían sido nada. Se querían, se necesitaban, se amaban profundamente.

Pasaron el día juntos. Solos. Desnudos. Apenas comieron ni bebieron más que agua y sólo usaron sus cuerpos como platos y cubiertos. A veces el amor es lo único que se necesita cuando has carecido de él tanto tiempo. Toda una semana. 6 días. Una eternidad para ellos. Vivieron otra película de esas que parece que no existen pero son tan reales como la vida misma. Esas en las que el champán corre por los cuerpos. Por dentro y por fuera. De esas en las que descubres que una bola de helado de vainilla con un poco de nata en el vientre de tu amada acompañada de sus gemidos es deliciosa. Esas en las que el bote de nata se gasta. En las que juegas con el hielo de boca en boca y de cuerpo en cuerpo, besando con hielo las zonas prohibidas y sintiendo escalofríos mezcla de una pizca de frío y un mucho de placer. En las que no dejas un centímetro de piel el uno del otro sin explorar.

Y es que los reencuentros pueden ser así cuando la pasión se desborda. Y a fe mía que todo lo que este humilde narrador os ha contado, lo que se ha dejado en el tintero y lo que su mente no alcanza a recordar, es tan real como la vida misma. Porque a veces las películas existen.

PD: Eran tiempos sin móviles aquellos primeros 90, tiempos donde la distancia era distancia de verdad, donde la gente podía despedir al viajero hasta la misma puerta del tren, donde una llamada desde la habitación del hotel te costaba una pasta y te daba la vida. Donde quedabas a una hora concreta para poder hablar. Donde las despedidas y los reencuentros eran mucho más intensos. Tiempos pasados, con sus pros y contras. Tiempos de los que hablo a veces como algo malo pero que también contienen instantes maravillosos como estos. Porque yo soy ese chaval del tren, claro, y ella era mi novia. Hace poco he vivido despedida y vuelta. He recordado ese viaje. He recordado lo bonita que es esa sensación de un ser amado en la puerta esperando tu regreso. Y si, un poquito de nostalgia me ha entrado, no es plan de disimular a estas alturas.

4 comentarios en «La estación»

  1. Madre mia, el coche cama, el ir a Burgos, los 90, me has recordado muchas cosas hoy Dani, aunque mi viaje fue de mas tiempo, hoy me has tocado la tecla, que lo sepas…

  2. Uff pedazo de post! nos tenías engañado con eso de q ya no te desnudarías tanto en ninguno y nos encontramos con éste. Me ha parecido la hostia y lo sabes. Benditos reencuentros!

    • Benditas estaciones y benditas lejanías que antes nos separaban de verdad de los demás y nos hacía darnos cuenta de cuanto los necesitábamos. O no.

      Besos!!

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