Dominó

Dominó

DominoLeo La Noche Soñada en mi recién estrenado rinconcito de lectura. No me pongo música, estoy descubriendo el placer de leer sólo acompañado del sonido ambiente. El rinconcito es fresco. Corre aún una ligera brisa. Estamos a 7 de junio y no azota demasiado el verano. Me acompaña un Gintonic y estampas costumbristas que describe magistralmente Maxim en su libro. Abajo, en la peña que hay justo enfrente de mi casa, suenan interminables partidas de dominó.

Me encanta ese sonido. Esas fichas arrastrando por la mesa y mezclándose. Recuerdo el que teníamos en casa. Aún sigue, de hecho. Es el que veis en la foto. Esa caja de madera, esas fichas de resina indestructibles. Recuerdo como disfrutaba sólo sacando esas piezas poniéndolas encima de la mesa y barajándolas. Recuerdo a mi abuelo, el único que conocí, jugando horas y horas en el Hogar del Jubilado, en uno que había por la Cruz del Humilladero o en otro que estaba por la estación de trenes. Recuerdo que en el segundo en concreto había una máquina de la ranita, ¿Las recordáis? No, no era un videojuego ni necesitaba corriente. Eran ese tablero con unas ranitas con la boca abierta y unas fichas de metal que había que lanzar desde una distancia prudencial para intentar colarlas por esas bocas abiertas.

Recuerdo el sonido de esas fichas de dominó de las interminables partidas de mi abuelo. No recuerdo que a mi padre ni a nadie más le gustara especialmente jugar. Alguna vez que estaba allí con él, cuando faltaba algún jugador, me dejaba echar unas partidas. Que torpe era yo. Porque una cosa es saber las normas básicas y otra saber jugar, que el dominó no es «cualquiera cosa», no señor. Tiene su estrategia, su matemática, su intríngulis.

A mi me parecía magia cuando mi abuelo o alguno de los otros jugadores me decían que ficha tenía que soltar cuando yo aún estaba buscando si tenía una jugada posible. Con el tiempo uno aprende que no es más que matemática, lógica y práctica pero a un niño de quizás 8 años le enfadaba. Miraba detrás y comprobaba si alguien me estaba mirando y pasándole mis fichas a los demás, porque no era posible que supieran mis fichas sin mirarlas.

Suenan esas fichas de dominó, el Gintonic se va acabando y las imágenes de esa casa encalada y cubierta de plantas que describe el libro se mezclan con estas imágenes y sonidos de dominó. Y me vienen otras estampas sugeridas por una leve conversación la noche anterior. Y decido que el colapso de escenas están inundando mi cerebro. Que lo mejor será sentarme unos minutos ante el ordenador y compartir al menos una de ellas con vosotros, queridos lectores.

Hago la foto al dominó «de mi familia» y os dejo aquí esta pequeña estampa. No deja de sorprenderme como un sonido puede evocar tantos recuerdos.

PD: Este post estaba latente desde hace unos días, ¿verdad «amigaxa? Hoy ha salido en tromba.

5 comentarios en «Dominó»

  1. Fíjate, si tuviera que recurrir a un sonido para recordar esa época en mi caso sería el de la radio. En cualquiera de las dos casas siempre estaba encendida, aquí en Cádiz era más política, sentado alrededor de la radio jugando a los «ceritos» y en Málaga era más deporte, sentados al fresco de la terraza…

    Siempre hay algún sonido que nos activa recuerdos, fechas y personas que ya no están…

    Muy bonito post, Dani

    • Mi abuelo y mi padre siempre tenían también la radio puesta, aunque no la escucharan. Les hacía ‘compaña’, como decían ellos 🙂

  2. Mi padre aun sigue jugando (y a mi me gusta hasta el desgaste que produce en las mesas) a la larga tiene casi la misma complejidad que el poker, has de pensar (y repensar mucho) en que fichas tendran los otros, tiene una estrategia increible dentro de su simpleza

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