Privilegiados

Privilegiados
Lástima que una foto nunca hará justicia a un cuadro

A medidía iba camino a casa escuchando la radio y estaban entrevistando a Antonio Soler, conocido escritor malagueño. En un momento de la entrevista, comentó: «Soy un privilegiado por hacer cada día lo que me apetece y ganarme la vida con ello. Pertenezco a un muy selecto grupo de personas que pueden decir eso.». Que razón tiene. Pensad en vosotros mismos. ¿Realmente hacéis lo que queréis? ¿Realmente vuestro trabajo es el que soñabais de pequeños o incluso el que queríais hacer ya con mas edad? Yo, desde luego no.

Mi vocación frustrada siempre ha sido algo artístico. Mi padre, jefe de servicio técnico de un hotel de la costa, era un gran artista, totalmente autodidacta. Nunca dio clases de pintura pero tenía mucho arte para dibujar. Oleo, carboncillo, tinta china, … nada se le resistía. También era un gran aficionado a la fotografía, aunque no acababa de «tirar por ahí». Tocaba el piano con soltura y la guitarra un poco. Creo que siempre deseó que alguno de sus hijos/as hubiéramos heredado esa capacidad artística. En mi caso, no fue así, pero si heredé su inquietud por ser creativo.

Para mi desgracia, y por mucho que me gusten todas las artes, tengo unas manos torpes y nulas para hacer algo que no sea aporrear teclas o apretar tuercas. Soy incapaz de tocar un piano y ya de dibujar ni hablamos, aunque siempre me gustó y muchas veces lo intenté. Ni siquiera era capaz de hacer con plastilina una figura medianamente reconocible. Nulo total. Y eso me llevó a meterme en esto de los ordenadores. Eran los primeros tiempos, claro, pero ya se veían maravillas, para la época. Dibujos y animaciones 3D realizadas con el ordenador. Recuerdo que compré el Disney Estudio para el ordenador. Un programa que te ayudaba a crear animaciones, explicándote los cientos de trucos que los dibujantes de Disney utilizan para dar vida a personajes inanimados.

Para mi era mágico. Yo, con mi incapacidad total de crear arte con mis manos veía como mediante el teclado, con cientos de números, dibujos cuadriculados y lineas de código, podía ver en pantalla aquello que mis manos se negaban a crear. Y me encantaba, y decidí que eso es lo que quería hacer en mi vida. En aquella época no existían nombres como Pixar o Dreamworks, pero si hubieran existido le hubiera dicho a mi padre «Yo quiero trabajar en Pixar».

Al final, la vida da muchas vueltas. Los estudios de informática que yo pensaba que me llevarían a hacer esas cosas no eran tales. Lo único que me decían era como funcionaba la contabilidad, como indexar una tabla de clientes, como crear una ficha de artículos, formatear un ordenador… Nada que ver con lo que yo quería. Y supongo que me rajé. Que no quise de repente dar marcha atrás y volver a encaminar mi vida por donde yo tenía pensado llevarla sin saber con seguridad que conseguiría mi meta. Y supongo que, en algún momento, decidí que sería como mi padre: dedicado a trabajar en algo productivo, rentable y que no me desagradara y viviendo mi sueño en mis ratos de ocio.

Y así estoy. No me desagrada mi trabajo y me permite vivir sin lujos pero con comodidad. Y en mis ratos libres, me dedico a escribir estas cosas (que otra de mis pasiones también fue la escritura y ya veis que limitado soy), a editar vídeos, a hacer algún retoque en fotografías, a montar algún blog para alguien y ver lo bien que queda… A disfrutar creando algo, que es en el fondo mi pasión: crear.

Y hago mi trabajo diario, por supuesto con dignidad y dando todo lo que puedo de mi, porque eso también me lo enseñó mi padre: si vas a hacer algo, hazlo bien. Pero eso no quita que a veces, cuando veo gente que puede decir que trabaja en lo que siempre ha querido y que apenas diferencia entre trabajar y disfrutar, sienta cierta envidia. Sana, pero envidia.

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